domingo, 4 de octubre de 2015

Autómatas. Introduzca 25 centavos en la ranura

      Para algunos de los miembros del staff del Blog el fax debería ser declarado la Octava Maravilla del Mundo. Que alguien coloque un papel en Roma y que lo que en él está escrito, gráficos inclusive, aparezca impreso en un papel sobre sus escritorios, les provoca un asombro cercano al milagro. Algunos reaccionan del mismo modo frente a las máquinas expendedoras de pasajes, los relojes cu-cu y las afeitadoras eléctricas. Muy pocos, y los que lo han hecho solo por obligación profesional, se han adentrado tímidamente en el mundo de la informática.

      Pero por alguna razón, los ingenios mecánicos son bien recibidos. Nuestros catedráticos ven con mejores ojos a las bielas y los resortes que a los microprocesadores y los circuitos integrados. Prefieren la maraña de engranajes que mueve un reloj mecánico antes que la precisión que proveen los pulsos de cristales de cuarzo en un aparato similar. Estiman más noble la ingeniería mecánica que la electrónica, quizá porque la entienden mejor. Cualquier juguete electrónico barato de hoy en día es mas complejo y versátil que la caja de música mecánica más elaborada sin embargo no solo a nuestros ancianos catedráticos les despiertan fascinación. Desde hace siglos se construyen figuras que pueden moverse de manera automática. Desafortunadamente la ausencia de pinturas anti óxido, la tendencia a la putrefacción de la madera y el desgaste propio del uso nos han privado de ver con nuestros propios ojos a la mayoría de los autómatas que consignan las crónicas antiguas y hasta en algunos casos uno llega a sospechar que las descripciones son más hijas de la imaginación que de la realidad. Vamos a repasar algunos de los autómatas de la antigüedad, famosos y no tanto.

Colosos de Memnon
      Parece ser, que la primera estatua que "hacía algo" de manera automática fue la del dios Memnon, en Tebas. Eran dos colosos de 23 metros de altura que, a la salida del sol emitían sonidos de manera automática. Hoy el tema se solucionaría con una célula fotosensible pero en el 1300 antes de Cristo estábamos bastante lejos de tal cosa. Según unos comentaristas los sonidos producidos por la estatua de Memnon semejaban cuerdas de lira, según otros el sonido era aterrador y provocaba el pavor de quienes los escuchaban. La posible explicación racional a tal comportamiento es que durante la noche, la fría piedra condensaba el rocío atmosférico metiéndose entre las grietas de la misma. Luego al ser calentada por el sol surgía en forma de vapor provocando los mencionados sonidos, como una enorme flauta. Pero de cualquier modo, quien la haya construido, no había diseñado el efecto ex profeso sino que aparentemente las grietas fueron provocadas por un oportuno terremoto. Los colosos de Memnon merecen mencionarse como los más antiguos pero no alcanzan la categoría de autómatas tal y como nos gustan.

Trono de Salomón
      Unos 400 años más para acá nos asombra la descripción de lo que en apariencia fue el trono del Rey Salomón. En general uno imagina los tronos reales como una silla medianamente alta mas o menos adornada, más o menos lujosa. Pero el trono de Salomón aparentemente era otra cosa muy distinta, al menos en las descripciones que nos han llegado. En principio para acceder a él había que subir seis escalones adornados con diversas alegorías confeccionadas en mármoles, oro y marfil. La misma silla real estaba flanqueada por dos leones dorados que se movían y golpeaban sus colas contra el suelo cuando Salomón se sentaba en él. El trono mismo giraba y se elevaba sobre las cabezas de quienes asistían a las audiencias reales. De fondo unas parras y palmeras fundidas en oro e incrustadas con piedras preciosas alojaban numerosos pájaros mecánicos que no solo cantaban sino que con el movimiento de sus alas agitaban el aire y esparcían suaves fragancias que impregnaban el ambiente. Desafortunadamente del templo de Salomón solo queda una pared y obviamente nada del trono. Habrá que conformarse con los relatos.

San Alberto Magno
      Allá por la Edad Media Alberto Magno (posteriormente San) disfrutó mucho de construir autómatas. En apariencia había desarrollado unas "cabezas parlantes" y particularmente un mayordomo mecánico que caminaba, saludaba y hasta hacía quehaceres domésticos en cuya construcción y diseño invirtió, dicen, más de 30 años. Su discípulo Tomás de Aquino (posteriormente también San) quedó tan impresionado al verlo funcionar que pretendió destruirlo en la certeza de que se trataba de un objeto de inspiración diabólica, tal la tolerancia de los antiguos padres de la Iglesia.




"Planos" del Reloj Elefante
      Para la misma época, a unos miles de kilómetros de ahí un científico (aún no se utilizaba el término) del Kurdistán escribía un libro fundacional sobre el tema. Se llamó el "Libro del conocimiento de los ingeniosos mecanismos" cuyas páginas y copias de ellas aún sobreviven y se encuentran repartidas en diversos museos del mundo. Su nombre era Al-Jazari (o Al-Djazarí) y su obra cumbre era un Reloj Elefante que además de dar la hora como todo reloj que se precie contaba con figuras animales y humanas que se movían mecánicamente. Gracias a los gráficos de su libro manuscrito el Shopping Ibn Battuta de Dubai cuenta con un modelo del reloj elefante funcional a tamaño natural. Pueden verlo haciendo click en este link: https://en.wikipedia.org/wiki/Ibn_Battuta_Mall#/media/File:Elephant_clock,_Dubai.JPG Con esto ya le alcanzaría a nuestro amigo kurdo para figurar en esta nota y en la historia de los autómatas, sin embargo Al-Jazari hizo algo más que lo vuelve muy interesante.

Esquema de la Banda Musical
      Sobre la cubierta de un bote (que en realidad sirve para esconder el complejo sistema mecánico que lo hace funcionar) un grupo de cuatro muñecos simulan ser músicos y efectivamente del aparato surge música de tambores y flautas. Dentro del casco del bote, un complejo mecanismo de palancas, levas, bielas y fuelles, todos ellos accionados por una corriente de agua producía el golpeteo de tambores y el soplar de las flautas. Hasta aquí un autómata más de los que hemos descripto hasta ahora, salvo por un detalle. Mediante el cambio de posición de unas clavijas podían escogerse distintos motivos musicales a ser ejecutados por la "Banda Musical de Al-Djazarí" tal como se conocía al ingenio. Sin saberlo, el oriundo del Kurdistan se convirtió en el primer programador de la historia.

Juanelo Turriano
      A partir de 1516 y durante 40 largos años Carlos I fue el Rey de España. Luego agregó a ese título, como los boxeadores que compiten en varias asociaciones, el de Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico cargo en el que fue conocido como Carlos V. Pero poco nos importa hoy el tema de los nombres y los números de orden. A Don Carlos le encantaban los ingenios mecánicos y por lo tanto contrató al mejor relojero de la época, que para algo era él el Emperador. Su nombre original era Giovanni Torriani, oriundo de Cremona, Milan pero después de su mudanza española se hizo llamar Juanelo Turriano. El primer juguete que Turriano construyo para el rey fue un reloj astronómico llamado Cristalino que permitía prever la posición de los planetas y otros objetos celestes con fines astrológicos. Sin embargo el artificio que más fama le ha otorgado no fue ese.

Artificio de Juanelo
      La ciudad de Toledo se encuentra a unos 500 metros sobre el nivel del mar y se debe abastecer de agua dulce proveniente del río Tajo que discurre 100 más abajo que la ciudad. Esta notable altura hace que el trabajo de subir agua sea realmente complejo y duro. Pues Juanelo diseñó un genial sistema, completamente mecánico e impulsado por la propia fuerza del mismo río para que esta penosa tarea no incluyese la fuerza del músculo humano. Engranajes, ruedas y cucharas enormes lograban que llegaran a la ciudad unos 17.000 litros diarios de agua. Siendo que hoy, cualquier domicilio particular cuenta con un tanque de unos 1.000 litros para su consumo particular, la proeza de Juanelo no parece tan grande (a los consumos actuales abastecería unas 20 casas, a lo sumo) pero en esa época despertó la atención de todos. A Juanelo se le adjudican dos productos de manera incorrecta. El primero es un libro, al estilo del de Al-Jazari llamado Ventiun Libros de los Ingenios y Máquinas, en el que el léxico empleado no se corresponde con el de un milanés que aprendió castellano de grande y por lo tanto los expertos sostienen que no ha sido escrito por él. Y el otro es el Hombre de Palo.

     Existen 3 versiones de la historia y lamentablemente estamos más inclinados a creer la tercera. Tan arraigado esta el mito que en la misma Toledo hay una calle que lo recuerda. La primer versión indica que Juanelo Turriano construyó un autómata para recaudar fondos para la construcción de un hospital. El muñeco, del tamaño de un humano, caminaba por las calles por si solo pidiendo las contribuciones y realizaba una reverencia cuando algún peatón le entregaba una moneda. La segunda, algo más verosímil, apunta a una alcancía fija sobre la cual un muñeco movía sus brazos llamando la atención de los paseantes, la calle cuenta con una placa que recuerda (o cree recordar) el exacto lugar de emplazamiento del Hombre de Palo. Desafortunadamente la más probable es la menos atractiva: Una alcancía con un muñeco tallado en madera encima sin más misterios.

      Para cerrar la historia de Turriano, nadie le pagó por la construcción del Artificio de Juanelo, tal como se conoció a la máquina de elevar agua, con lo cual el pobre milanes murió tapado por las deudas contraídas a la nada despreciable edad de 84 años.

Von Kempelen
      Terminaremos el post de los autómatas mecánicos con uno de los más famosos. Johann Wolfgang Ritter von Kempelen de Pazmand fue un inventor húngaro consejero de la corte de Viena bajo el reinado de María Teresa de Austria. Además de asesorar a la corte en temas de mecánica y construcciones pasaba largas horas con la emperatriz jugando ajedrez. Hasta que un día apareció con un extraño y sorprendente autómata.






      Se trataba de una mesa con ruedas y puertitas en su parte inferior. Sobre la tabla de la misma un tablero de ajedrez con sus piezas y en una de las cabeceras una figura con turbante y manos móviles que, contra todos los pronósticos jugaba al ajedrez contra oponentes humanos con gran solvencia. La primer sospecha al verlo era que debajo de la mesa, convenientemente oculto detrás de las puertas, se escondía un humano de carne y hueso quien era el que realmente hacía funcionar al autómata. Por lo tanto lo primero de Von Kempelen hacía al presentarlo era abrirlas y mostrar que, lejos de cobijar a un humano, la parte inferior de la mesa alojaba una gran maraña de engranajes y levas.

      El autómata en cuestión era conocido como "El Turco" debido a la vestimenta de la figura del ajedrecista y como la máquina carecía de todo prejuicio moral le ganó a la misma emperatriz y tuvo la osadía de hacer lo mismo con Napoleón Bonaparte cuando este se encontró con sus tropas en territorio austríaco previo a la batalla de Wagram. Von Kempelen murió en 1804 y el ingenio mecánico pasó a manos de otro inventor austríaco Johann Mäzel quien estaba para ese entonces dedicado al área de la música. De hecho se le adjudica (con dudas) la invención del metrónomo. Junto con William Schlumberger, en calidad de ayudante, llevaron al Turco de gira por toda Europa causando asombro allí donde pararan.

      Tanto fue así que fueron invitados a una gira por Estados Unidos y Cuba. Estando en el país caribeño Schlumberger tuvo la mala idea de morirse y misteriosamente con su muerte el Turco dejó de jugar al ajedrez. Algunos maliciosos sospechaban que era el finado William quien mediante un truco nada fuera de lo común entre los magos estuviera oculto dentro del mecanismo y moviera las piezas desde el interior aún cuando parecía no haber nadie dentro. Desafortunadamente el autómata estaba confeccionado en un gran porcentaje en madera y estaba presente en 1845 en Filadelfia cuando se desató un grave incendio. Pocos son hoy los que creen que realmente el autómata jugaba al ajedrez y muchos los que sospechan que debajo del tablero, un juego de imanes mostraba la jugada del contrincante y que luego en un tablero interno Schlumberger realizaba un movimiento que se repetía en el exterior mediante palancas por parte del "autómata".

      Hoy la digitalización y los motores logran reproducir con alguna fidelidad los movimientos de animales y humanos, sin embargo una detenida mirada descubre en seguida el truco. A pesar de los esfuerzos de los Albertos Magnos, los Al-Jazari o los Juanelos falta mucho para que un autómata engañe al humano al punto que lo confunda con uno de ellos. Decimos esto absolutamente convencidos mientras no logramos entender como hace la máquina expendedora de bebidas calientes para ser capaz de servirnos un te con limón sin azúcar y al rato un capucchino dulce utilizando el mismo aparato.

Que anden bien.

  

 







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