domingo, 25 de enero de 2015

El Soldado Desconocido, mas desconocido de todos los Soldados Desconocidos

      Uno cree únicamente que el mago sobre el escenario se limita a hacer sus trucos. Abrir los dobles fondos. Girar paneles falsos. Doblar unos papeles cortados de una manera determinada para revelar que aún están enteros y maniobras por el estilo. Pero uno de las habilidades que le permiten al mago sorprender con sus trucos no es sólo el hecho de hacerlos sino el de desviar la atención de modo que el espectador mire para donde al mago le conviene que lo haga. 






      El prestidigitador juega un rato con un bastón y de un momento a otro, este se convierte en un pañuelo sin que medie ningún intermedio. En realidad no es un bastón sino un tubo de cartulina negra que contiene el pañuelo de antemano. La carcaza externa del falso bastón queda escondida en la mano libre del mago. Mientras describe arabescos con el pañuelo y uno mira que es lo que va a hacer con él, el mago aprovecha nuestro descuido para guardarse en el bolsillo los restos mortales el bastón sin ser visto.  




      Bastante menos simpático es el trabajo de la contrainteligencia aunque tiene puntos de contacto con las maniobras de distracción del mago. Particularmente durante un conflicto bélico es fundamental que tus comunicaciones sean lo más secretas posibles de manera que tu enemigo no sepa que es lo próximo que vas a hacer. La "inteligencia" se encarga de averiguarlo. La contrainteligencia de que no lo logres o mejor aún, de que creas que lo lograste pero que en realidad estás manejando información falsa. Hoy vamos a contar un caso particularmente sorprendente. Una acción milimétricamente preparada  por los aliados en 1943 para desconcertar y pasar información falsa a los alemanes. Tomen el fusil y el casco que nos vamos para Europa en plena Segunda Guerra.

      Una vez que se consolidó el dominio aliado sobre tierras africanas, comenzó el momento de pensar y planear el asalto final sobre tierras europeas. Y es que uno puede bombardear desde la costa con barcos o desde el aire con mayor o menor eficiencia, pero en algún momento las cosas tienen que quedar en manos de la infantería, es decir de los soldados de a pié para ir ocupando los territorios a puro balazo. El desembarco, la ocupación de la tierra firme es de las operaciones militares más dificultosas y crueles. El enemigo te espera, con una posición de superioridad, sobre tierra firme. Puede contar con cañones, artillería pesada, tanques y demás mientras que los potenciales futuros ocupantes vendrán en barcos, acercándose a la orilla y ofreciéndose como blanco. El número de bajas de los desembarcantes siempre es aterrador. Por lo tanto las dos posibilidades para asegurar el éxito (o por lo menos favorecerlo) son: procurar, además del apoyo aéreo y naval tener un número mayor de soldados que el enemigo en tierra o por el contrario, lograr por algún medio que el enemigo tenga menos fuerza que uno. 

      Al desembarco se lo denomina técnicamente Cabecera de Playa. Establecer una línea de soldados en tierra firme de modo que puedan defender el avance de los restantes. La situación ideal sería que uno pudiera desembarcar allí donde nadie lo esperara de modo de hacerlo de la manera más segura posible. Y una buena forma de lograrlo es hacerle creer al enemigo que uno va a desembarcar en otro lado. Y eso es lo que se propuso hacer el Alto Mando británico en abril de 1943. Pero ¿Como?

      La primera idea se le ocurrió al Capitán inglés Charles Cholmondeley. La intención era adosarle a un cadáver un aparato receptor de radio sintonizado en una de las frecuencias en la que se comunicaban los aliados. Luego proveerlo de un paracaídas deliberadamente mal abierto y soltarlo sobre el territorio francés, ocupado por ese entonces por Alemania. Ex profeso se transmitiría por ese canal información falsa indicando un lugar de desembarco distinto al real de manera que las fuerzas alemanas se concentraran donde nada pasaría. El plan fue abandonado. El receptor podría romperse en la caída, los alemanes sabían que la información sensible aliada nunca viajaba en vuelos sobre la tierra sino sobre mar y podrían no tragarse el anzuelo. De todos modos, y mientras se evaluaban las ideas, la operación de contrainteligencia recibió su nombre clave. Operación Mincemeat. Con típico humor inglés el nombre aducía al estado en que quedaría eventualmente el portador del receptor de radio lanzado desde un avión con un paracaídas defectuoso que al fin y al cabo ya estaría muerto: Operación Carne Picada.

     A pesar de que la idea original cambió, el nombre de la operación se conservó. La idea entonces fue la siguiente: tratar de hacerle creer a la inteligencia alemana que el desembarco por el Mediterráneo tendría lugar en Grecia. En realidad se realizaría en Sicilia pero sembrarían supuestos documentos de inteligencia falsos con información acerca del desembarco en las islas griegas y el posterior avance por los Balcanes. Debían ser extremadamente cuidadosos para no despertar ninguna sospecha entre los alemanes y que estos creyeran tener información verídica en sus manos.

      Lo primero que necesitaban era un cadáver. Tenía que cumplir con ciertas características: la edad debería coincidir con la de un oficial en ejercicio y la causa de la muerte debía ser compatible con las señales que mostraría el cuerpo de un ahogado. Con la colaboración de la morgue del Hospital de San Pancracio encontraron el cuerpo de un hombre de 34 años muerto por la ingestión involuntaria de un producto raticida.  El compuesto químico lo mató dado que le afectó los pulmones provocándole una neumonía no bacteriana, lo que hizo que sus pulmones se llenaran de líquido. Lo mismo que le hubiese pasado si hubiera muerto ahogado. Con esto, la materia prima para el fraude estaba lista, ahora había que adornarla.


     Le pusieron de nombre Wiliam Martin. Tenía el rango de Comandante de modo que estuviera entre sus atribuciones transportar esa clase de documentación. Junto con los supuestos planes de invasión por Grecia, el tal Comandante Martin llevaba cartas donde también se mencionaba una avanzada sobre Córcega. Entre los papeles había también documentación doblemente falsa, si eso fuera posible. Supuestos documentos oficiales indicaban que los británicos tratarían de hacerles creer a los alemanes que atacarían Sicilia, con lo cual si los Nazis se creían la historia del Comandante ahogado, tomarían a la verdadera invasión como un movimiento distractorio.

      Se suponía que el falso Comandante, además de su documentación tendría una vida civil como cualquier otro mortal. Y los miembros de la inteligencia naval británica se la inventaron y fraguaron con el mayor de los detalles. Martin tenía una novia llamada Pam cuya fotografía y varias cartas de amor estaban en poder del oficial al momento de su muerte. La credencial que lo acreditaba como miembro de los Reales Marines británicos era un duplicado ( Se ve que William había perdido o dañado el original, como le puede pasar a cualquiera). En uno de sus bolsillos, una nota del Lloyd`s Bank le reclamaba por un descubierto de 17 libras. Del cinturón de su pantalón colgaba un llavero con las llaves de su departamento o de la oficina. Probablemente Pam, su novia, además de llorar la pérdida de su amado también lloraría por no haber podido ir al teatro porque el Comandante llevaba consigo 2 entradas para fecha cercana. Todo estaba listo. El cadaver de William Martin estaba vestido, acondicionado para el fraude y llevaba el maletín con los documentos sujeto con una cadena a su cintura. Faltaba el toque final. La puesta en escena de todo el fraude.

HMS Seraph
      Un contenedor con "instrumentos meteorológicos" fue embarcado a bordo del submarino Seraph de la armada inglesa. El 19 de abril de 1943 zarparon con rumbo a las costas españolas. A las 4 de la mañana del 30 de abril el Teniente de Navío Norman Jewell junto con unos pocos hombres de su extrema confianza subieron los instrumentos meteorológicos a la cubierta del submarino que había emergido a escasos 1000 metros de la costa. El resto de la tripulación recibió la orden de no asomar la cabeza al exterior por ningún motivo. Al abrir el contenedor apareció el cuerpo de "Martin" rodeado de hielo seco. Varios de los oficiales se enteraron allí de que no existían nuevos y secretos aparatos climatológicos sino un finado liso y llano en el cajón de metal. Puesto el chaleco salvavidas y rezada una plegaria por su alma, llevado mansamente por las corrientes, el cuerpo del Comandante William Martin comenzó su navegación libre hacia la costa.

      La elección de las costas españolas no era arbitraria ni casual. El régimen de Francisco Franco, si bien neutral en los papeles, tenía una marcada simpatía con los gobiernos de Hitler y Mussolini. La inteligencia inglesa conocía la presencia de agentes de inteligencia alemanes (dependencia llamada Abwehr en alemán) en territorio español. A las 7 y media de la mañana de ese mismo día 30 de abril un pescador portugués encontró el cuerpo en la playa El Portil. Un rato después Adolf Clauss, representante alemán en la zona, estaba al tanto.

      La Armada británica siguió representando su papel en la puesta en escena. Reclamó enérgicamente a las fuerzas armadas españolas la devolución del cuerpo de Martin con todas las pertenencias que tuviera. La autopsia sobre el cadáver de Martin realizada en Huelva determinó que había caído vivo al mar, que no presentaba fracturas ni golpes, que había muerto ahogado y que el cuerpo llevaba unos 3 a 5 días de fallecido. El Cónsul Britanico retiró el cuerpo de la morgue y lo sepultaron en el cementerio de Huelva con honores militares. Y eran realmente sentidos, salvo para un selecto grupo de unas 20 personas que conocían la verdad William Martin era genuinamente un militar inglés. Para mantener la operación perfectamente verosímil, la Armada incluyó el nombre de William Martin en la lista de bajas del mes de Abril que fue publicada en el Times de Londres. El 13 de mayo las pertenencias de Martin fueron entregadas a las autoridades británicas quienes luego pudieron comprobar que todo el contenido había sido revisado. Se quedaron tranquilos entonces, sabían que las fotografías de los documentos ya estaban en Berlín. Winston Churchill, primer ministro británico de viaje en los Estados Unidos recibió un telegrama sin sentido para quien no conociera el nombre secreto de la operación. El texto decía "Se han tragado toda la carne picada"

      Hitler estaba tan convencido de la veracidad de la información "conseguida" que movilizó tropas acantonadas en Rusia hacia Grecia lo que le valió la derrota en la Batalla de Kursk que se considera el inicio de la ventaja rusa sobre Alemania. El mariscal Erwin Rommel, héroe de las batallas de África, fue destinado a Atenas para organizar la defensa contra un desembarco que nunca se produjo. El 9 de julio de ese año, los aliados comenzaron el ataque sobre el sur de la isla de Sicilia, pero aún así los alemanes creyeron que era una maniobra de encubrimiento del verdadero desembarco que se produciría en Grecia. 





      El engaño fue todo un éxito. Ahora, después de tanto tiempo pasado cabría preguntarse ¿Quien está enterrado en Huelva bajo el nombre de William Martin?

      En la década del 90, pasados los 50 años de la guerra, el Almirantazgo inglés desclasificó los documentos de inteligencia correspondientes a las operaciones de la Segunda Guerra Mundial. Allí nos encontramos con la presencia de un mendigo alcohólico galés, que murió en 1943 intoxicado con veneno para ratas. Respondía al nombre de Glyndwr Michael y su nombre figura hoy en la misma lápida que recuerda la memoria del inexistente William Martin.



Buenas Tardes.


domingo, 4 de enero de 2015

Que cosa la inseguridad: Me robaron 11 días!!

      Los padres que llevan a sus hijos a la calesita y permanecen sentados en un banco perimetral, cada vez que nuestro niño aparece montado sobre un caballo de madera o un inexplicable cerdo, procedemos a saludarlo con efusión. Del mismo modo, cada vez que la Tierra pasa por el mismo arbitrario punto de la órbita, saludamos con entusiasmo otra vuelta completa de nuestro planeta y llamamos al acontecimiento Año Nuevo.




      La antigüedad registra numerosos métodos para medir ese tiempo. Lejos de nuestra necesidad de asentar nuestra edad en formularios o calcular los intereses devengados por un depósito, nuestros antepasados requerían de un calendario para comer. Es que las cosechas y siembras se rigen por periodos anuales, y la mayor exactitud posible en su cálculo optimiza los resultados de ambos procedimientos. 




      Los primeros días de cada mes en el registro del año romano se llamaban "calendas" y de ahí surge el nombre que le damos a la cuenta de los días conocido como calendario. Como decíamos antes, la utilidad original era la agrícola, conocer cuando eran probables las lluvias o el frío. Como en árabe clima se dice Al-manakh, llamamos nosotros al registro escrito de los días: almanaque. En el año 46 antes de Cristo don Julio Cesar decidió que el imperio romano era lo suficientemente grande como para imponer su calendario a casi todo el mundo conocido. Para ello le encargó a Sosígenes de Alejandría la confección de un calendario unificado. La extensión del imperio hacía necesario ya un calendario en serio y lo más exacto posible tanto para los pagos de sueldos como para establecer las fechas de elecciones de Senadores o caducidad de mandos. El año comenzaba entonces en Marzo y para ajustar ese día que siempre molesta cada cuatro años, debido al tiempo real de rotación de la Tierra, durante el mes anterior había 2 días 24. Como los meses tenían 30 días, el día 24 faltaban 6 para las calendas de marzo (uds. se preguntarán a donde voy con esto. Ya van a ver) Ese día entonces, era el sexto antes de las calendas. Como dijimos, cada 4 años se agregaba otro día 24, es decir otro día sexto, es decir el año era bi sexto, lo que se deformó hasta transformarse en bisiesto

      El problema era que las fiestas religiosas judías y luego cristianas estaban prefijadas de acuerdo al calendario lunar (contar la vuelta al rededor del sol como lo hacemos nosotros hoy transforma al calendario en solar). Y entonces, cuando el cristianismo se convierte en la religión oficial del imperio todas las fiestas religiosas, empezando por la Pascua, se desacomodan a la luz del nuevo calendario que, en honor a su impulsor, Julio César, se llamó Calendario Juliano


      Cuestión que en el año 325 se juntaron los obispos en la ciudad de Nicea a instancias del Emperador Constantino I El Grande, primer monarca romano que oficializó al cristianismo como religión del Imperio. Había que encontrar un método para que todas las fiestas religiosas se celebraran en todo el territorio el mismo día. El defasaje entre el calendario lunar y el solar oficial en el imperio era tal, que la determinación de la fecha de la Pascua seguía este intrincado camino: Debía celebrarse en el domingo posterior a la luna llena que ocurriera inmediatamente después del equinoccio de primavera. Un verdadero trabalenguas. Y para peor con el paso del tiempo y las correcciones realizadas año tras año movían la fecha de las estaciones dentro del calendario Juliano. De modo que la primavera llegó el 21 de marzo (en el hemisferio norte, claro) en el año 325 pero se fue corriendo hasta adelantarse 10 días para, en 1582 llegar el 11 del mismo mes.

     El Papa Gregorio XIII se cansó de tanto ajuste (aunque aún no existía el FMI) y emitió un documento (la bula Inter Gravissimas) que ordenaba acomodar los melones que paseaban sin control dentro del carro. Las reuniones se desarrollaron entre 1545 y 1563 de manera discontinua. Se hicieron los cálculos pertinentes. Obispos, astrónomos y otros estudiosos debatieron como debía ser el nuevo calendario para no tener que hacer más ajustes ni correcciones. Lo hicieron al norte de Italia en una ciudad llamada Trento. El nuevo calendario (el que seguimos usando hoy) es tan bueno que tiene un error tan pequeño como 1 día cada 3300 años. Pero hubo un problema


      Pasar del calendario Juliano al Gregoriano no fue gratis dado que a causa de esos defasajes acumulados desde el concilio de Nicea nos estaban sobrando como 11 días para poder ajustar uno con el otro. La medida a tomar fue tan drástica como única en la historia.

     Los españoles, por ejemplo se acostaron a dormir la noche del jueves 4 de octubre de 1582 y al despertarse era tranquilizadoramente viernes pero 15 de octubre. El cambio se fue haciendo por partes y por ejemplo en los Paises Bajos al lunes 17 de diciembre le siguió el martes 28 ahorrándose los holandeses todos los regalos de Navidad ese año.

      A todo el mundo occidental, inclusive las incipientes colonias en América les birlaron 11 días como por arte de magia. Por supuesto que los patrones, a fin de mes no quisieron pagar el salario completo. Los prestamistas que estipulaban un interés mensual, en cambio, si pretendían aplicarlo a sus cuotas al finalizar el mes sin importar la ausencia de esos 11 días.

Claro que es penoso que a alguien le roben dinero, el auto, el celular o el almuerzo de la heladera. Pero ¿Como se sentirían si les hubieran robado 11 días de sus vidas y nadie pagara por ello?

Que anden bien.