domingo, 19 de enero de 2014

No todo lo que brilla es Usufur

      En el rígido monoblock de la tabla periódica (de la que prometo, hablaremos algún día) su presencia pasa totalmente inadvertida. Es sólo uno más. No está ni muy arriba ni muy abajo ni en los bordes. No forma parte de los elementos significativos y viene entremezclado con otros 37 metales. Tiene 79 electrones y sirve como conductor eléctrico (y muy bueno, eso si) al igual que la mayoría de sus compañeros de tabla. Sin embargo hay algo que lo hace especial. Tan especial que durante mucho tiempo, la humanidad se ocupó casi con exclusividad de él y en otros tiempos, la dedicación de los humanos al mismo fue solo parcial. Pero nunca lo olvidó

      Amarillo brillante. Funde a los 1064 ºC. Con una masa atómica de 197 gramos por mol y una densidad de 19.3 gramos por centímetro cúbico el oro le ha hecho perder más vidas, tiempo y dinero al hombre que cualquier otro de los elementos de la tabla. Me atrevería a asegurar que, sumados todos los demás 104 elementos que restan no alcanzan a equiparar las estupideces y barbaridades que el hombre ha hecho a causa del oro.

      Brilla y bastante. Y ocurre que como reacciona casi con nada, suele quedar brilloso por siempre, a diferencia de los otros metales que a poco de andar se oxidan. Por otra parte hay poco en estado metálico y es difícil de encontrar, por lo tanto su valor es alto. Durante mucho tiempo, la riqueza de un estado o una persona estaba determinada únicamente por la cantidad de oro que le era posible acumular. La más ligera sospecha de que en algún lugar del globo hay algo de oro disponible, dispara fiebres y desesperaciones tales como las que llevaron al brutal saqueo (mal llamada conquista) de América.


      Algunos se enriquecieron encontrando oro y otros se enriquecieron haciéndole creer a los que buscaban oro que habían encontrado un método para fabricarlo. Y una de esas historias es la que nos convoca hoy en torno a Bombilla Tapada. La de Daniel von Siebenburgen o Daniel de Transilvania o Dios sabe cual era su verdadero nombre.

      Bajo estos dos nombres se conoció allá por el 1546 a un médico, en apariencia proveniente de la misteriosa Transilvania, que se instaló en la Toscana, territorio de la actual Italia. El tipo cobraba poco la consulta, tan poco que casi cualquiera podía hacerse atender por él. Recetaba algunos polvos y otros productos entre los que invariablemente se hallaba uno llamado Usufur. En apariencia el Usufur tenía ciertas propiedades milagrosas. El enfermo debía comprarlo en las boticas toscanas y llevárselo a Daniel quien preparaba con él una píldora que administraba a su paciente. Prescindía de sangrías, enemas y cualquier otro método invasivo y para su satisfacción y la de sus pacientes, estos últimos mejoraban notoriamente. 

      Siendo ya famoso decidió pedirle audiencia a Cóscimo I de Médici, Gran Duque de Toscana y este se la concedió. No es que Cóscimo padeciera algún problema de salud sino que la intención de Daniel era presentar su mágico Usufur como vehículo para la conversión de metales en oro. Claro que no lo haría a título gratuito. Cedería el método para convertir metales en oro a cambio de unos 20.000 ducados (unos 3 millones de dólares, a la cotización actual). Los ojos le brillaron a Cóscimo. La propuesta era un buen negocio en el fondo. Pero obviamente el Gran Duque exigía pruebas irrefutables por parte de Daniel.



      Se preparó entonces una exhibición del método en presencia del mismo Cóscimo, algunos nobles de la corte y el joyero real, que tenía como misión verificar la presencia de oro en la muestra. Se proveyó a Daniel de un horno, un crisol y algunos vasos y botellones de vidrio. Mezcló algunas cosas, disolvió otras y finalmente colocó en el crisol algunos trozos de tosco cobre. De una bolsita de cuero que llevaba entre sus ropas agregó el misterioso Usufur y esperaron a que la mezcla fundiera. Una vez líquida formó un pequeño lingote y hubo que esperar a que se enfriara. Cuando esto último ocurrió se acercó el joyero y con la "piedra de toque" verificó la presencia de oro en la muestra.

      Con el correr de los días se le proveyó a Daniel de piezas de estaño, plomo, hierro y otros metales obteniendo en todos los casos el mismo resultado. En los productos finales había oro. Poco, pero oro al fin. Daniel explicó al Duque que estaba perfeccionando su método para que el porcentaje de oro fuera mayor y que su intención era invertir los 20.000 ducados solicitados en esa empresa.



      Finalmente, ya convencido el Gran Duque cerraron trato. El procedimiento llevado adelante por Daniel no parecía muy complicado y no estaba fuera del alcance de cualquier buen alquimista (si es que tal cosa existe)  de la época. La pregunta final del Gran Duque era entonces: ¿Donde se conseguía el Usufur?. En cualquier botica - contestó Daniel. El Duque entonces mandó a algunos secretarios a comprar el misterioso polvo a varias boticas toscanas y efectivamente había un interesante stock del mismo. Antes de darle a Daniel su recompensa, el Gran Duque quiso hacer una transmutación por sus propias manos y afortunadamente lo logró. Nuevamente su joyero encontró oro en las muestras trabajadas por Cóscimo.

      Si ya Daniel había ganado fama y respeto como médico, ahora era lo que llamaríamos hoy una celebridad. El Gran Duque dispuso que Daniel de Transilvania contara con guardias personales, valets y demás sirvientes como si de un noble se tratara. Sólo Cóscimo tenía más personal que él para su servicio privado. A los pocos días el médico/alquimista adujo problemas personales con su familia transilvana más una boda de una de sus hijas que debía atender así que reclamó sus 20.000 ducados prometiendo volver en breve. Cóscimo, mitad porque era un hombre de palabra, mitad por miedo a que Daniel vendiera su secreto a alguna corte enemiga, le pagó y lo dejó ir no sin antes colmarlo de otros obsequios no solicitados como rubíes, diamantes y demás joyas. Dispuso que sea escoltado por su propia guardia hasta Marsella desde donde abordaría un barco con rumbo a su Rumania natal.

      Cóscimo tardó más de un año en tener noticias de Daniel, y cuando las recibió no fueron las mejores. Pero ¿Cual era el secreto de Daniel?

      Cuando Daniel de Transilvania se instala como médico comienza a recetar Usufur y obviamente, al ser un invento de él, ninguna botica lo tiene. Al poco tiempo aparece en la toscana un (cómplice) vendedor de Usufur que lo ofrece en las boticas del Ducado. Habiendo creado la demanda, era fácil venderlo. Esencialmente el Usufur era, nada más ni nada menos que oro en polvo. Literalmente oro en polvo. Pero, si Daniel lo vendía a su verdadero valor nadie podría comprar el Usufur y si lo vendía más barato de lo que el oro valía perdería muchísimo dinero. El plan genial de Daniel funcionaba del siguiente modo: El paciente compraba el Usufur en la botica, lo pagaba algunas monedas, luego se lo llevaba a Daniel para que confeccionara la píldora que debía tomar. Daniel guardaba el Usufur y le proporcionaba al paciente una pastilla hecha con miga de pan. Como la mayoría de las dolencias suelen mejorar solo con el tiempo y una de las particularidades de los medicamentos es que funcionan mejor en tanto el paciente cree que va a mejorar con él, las píldoras de miga de pan tenían el llamado efecto placebo. Una vez recuperado el Usufur de manos del paciente, el cómplice de Daniel lo vendía nuevamente a la botica. Con este método, el stock inicial nunca bajaba y cuando Cósimo mandó a comprar Usufur había en cantidad y los boticarios le manifestaron que nunca habían tenido problemas con la provisión. Lo grave para Còscimo ocurriría más tarde. Cuando se acabara la provisión original, adiós oro.

      Pasado algo más de un año Cóscimo de Médicis recibió una carta firmada por Daniel que decía: "Alteza Serenísima: No podría corresponder a las múltiples mercedes con que me habéis colmado como no fuera mediante una franca confesión. Vuestra Merced no obtendrá jamás más oro que el contenido en el Usufur, pues esta sustancia maravillosa no es mas que oro purísimo que yo mismo reduje a polvo y vendí a los farmacéuticos..... ruego a Vuestra Merced que me perdone y, como último favor, me otorgue el reconocimiento de que , después de todo, he sido moderado y no he querido aprovechar la situación para engañarlo aún más. Debo confesar también que no soy transilvano sino italiano y que no me llamo Daniel sino de otro modo. Deseándole la mejor salud y el pronto olvido de este engaño miserable se despide de Su Alteza, Su Seguro Servidor, el descubridor del Usufur"

      En ultima instancia quien se llenó de oro fue Daniel (o como se haya llamado en realidad). Se llevó los 20.000 ducados a cambio de unas pocas bolsitas de polvo de oro. Y quien cometió la tontería habitual cuando los humanos se enfrentan con el oro fue definitivamente el amigo Cóscimo, Gran Duque de Toscana.






Probablemente la codicia y la estupidez sean dos formas distintas de llamar a la misma cosa

Que sueñen con los angelitos.





1 comentario:

  1. El codicioso queda a merced del falso oro que brilla y deslumbra para atrapar a los incautos que en su afán de defender su inversión cerrarán los ojos ante la misma evidencia.

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