domingo, 19 de enero de 2014

No todo lo que brilla es Usufur

      En el rígido monoblock de la tabla periódica (de la que prometo, hablaremos algún día) su presencia pasa totalmente inadvertida. Es sólo uno más. No está ni muy arriba ni muy abajo ni en los bordes. No forma parte de los elementos significativos y viene entremezclado con otros 37 metales. Tiene 79 electrones y sirve como conductor eléctrico (y muy bueno, eso si) al igual que la mayoría de sus compañeros de tabla. Sin embargo hay algo que lo hace especial. Tan especial que durante mucho tiempo, la humanidad se ocupó casi con exclusividad de él y en otros tiempos, la dedicación de los humanos al mismo fue solo parcial. Pero nunca lo olvidó

      Amarillo brillante. Funde a los 1064 ºC. Con una masa atómica de 197 gramos por mol y una densidad de 19.3 gramos por centímetro cúbico el oro le ha hecho perder más vidas, tiempo y dinero al hombre que cualquier otro de los elementos de la tabla. Me atrevería a asegurar que, sumados todos los demás 104 elementos que restan no alcanzan a equiparar las estupideces y barbaridades que el hombre ha hecho a causa del oro.

      Brilla y bastante. Y ocurre que como reacciona casi con nada, suele quedar brilloso por siempre, a diferencia de los otros metales que a poco de andar se oxidan. Por otra parte hay poco en estado metálico y es difícil de encontrar, por lo tanto su valor es alto. Durante mucho tiempo, la riqueza de un estado o una persona estaba determinada únicamente por la cantidad de oro que le era posible acumular. La más ligera sospecha de que en algún lugar del globo hay algo de oro disponible, dispara fiebres y desesperaciones tales como las que llevaron al brutal saqueo (mal llamada conquista) de América.


      Algunos se enriquecieron encontrando oro y otros se enriquecieron haciéndole creer a los que buscaban oro que habían encontrado un método para fabricarlo. Y una de esas historias es la que nos convoca hoy en torno a Bombilla Tapada. La de Daniel von Siebenburgen o Daniel de Transilvania o Dios sabe cual era su verdadero nombre.

      Bajo estos dos nombres se conoció allá por el 1546 a un médico, en apariencia proveniente de la misteriosa Transilvania, que se instaló en la Toscana, territorio de la actual Italia. El tipo cobraba poco la consulta, tan poco que casi cualquiera podía hacerse atender por él. Recetaba algunos polvos y otros productos entre los que invariablemente se hallaba uno llamado Usufur. En apariencia el Usufur tenía ciertas propiedades milagrosas. El enfermo debía comprarlo en las boticas toscanas y llevárselo a Daniel quien preparaba con él una píldora que administraba a su paciente. Prescindía de sangrías, enemas y cualquier otro método invasivo y para su satisfacción y la de sus pacientes, estos últimos mejoraban notoriamente. 

      Siendo ya famoso decidió pedirle audiencia a Cóscimo I de Médici, Gran Duque de Toscana y este se la concedió. No es que Cóscimo padeciera algún problema de salud sino que la intención de Daniel era presentar su mágico Usufur como vehículo para la conversión de metales en oro. Claro que no lo haría a título gratuito. Cedería el método para convertir metales en oro a cambio de unos 20.000 ducados (unos 3 millones de dólares, a la cotización actual). Los ojos le brillaron a Cóscimo. La propuesta era un buen negocio en el fondo. Pero obviamente el Gran Duque exigía pruebas irrefutables por parte de Daniel.



      Se preparó entonces una exhibición del método en presencia del mismo Cóscimo, algunos nobles de la corte y el joyero real, que tenía como misión verificar la presencia de oro en la muestra. Se proveyó a Daniel de un horno, un crisol y algunos vasos y botellones de vidrio. Mezcló algunas cosas, disolvió otras y finalmente colocó en el crisol algunos trozos de tosco cobre. De una bolsita de cuero que llevaba entre sus ropas agregó el misterioso Usufur y esperaron a que la mezcla fundiera. Una vez líquida formó un pequeño lingote y hubo que esperar a que se enfriara. Cuando esto último ocurrió se acercó el joyero y con la "piedra de toque" verificó la presencia de oro en la muestra.

      Con el correr de los días se le proveyó a Daniel de piezas de estaño, plomo, hierro y otros metales obteniendo en todos los casos el mismo resultado. En los productos finales había oro. Poco, pero oro al fin. Daniel explicó al Duque que estaba perfeccionando su método para que el porcentaje de oro fuera mayor y que su intención era invertir los 20.000 ducados solicitados en esa empresa.



      Finalmente, ya convencido el Gran Duque cerraron trato. El procedimiento llevado adelante por Daniel no parecía muy complicado y no estaba fuera del alcance de cualquier buen alquimista (si es que tal cosa existe)  de la época. La pregunta final del Gran Duque era entonces: ¿Donde se conseguía el Usufur?. En cualquier botica - contestó Daniel. El Duque entonces mandó a algunos secretarios a comprar el misterioso polvo a varias boticas toscanas y efectivamente había un interesante stock del mismo. Antes de darle a Daniel su recompensa, el Gran Duque quiso hacer una transmutación por sus propias manos y afortunadamente lo logró. Nuevamente su joyero encontró oro en las muestras trabajadas por Cóscimo.

      Si ya Daniel había ganado fama y respeto como médico, ahora era lo que llamaríamos hoy una celebridad. El Gran Duque dispuso que Daniel de Transilvania contara con guardias personales, valets y demás sirvientes como si de un noble se tratara. Sólo Cóscimo tenía más personal que él para su servicio privado. A los pocos días el médico/alquimista adujo problemas personales con su familia transilvana más una boda de una de sus hijas que debía atender así que reclamó sus 20.000 ducados prometiendo volver en breve. Cóscimo, mitad porque era un hombre de palabra, mitad por miedo a que Daniel vendiera su secreto a alguna corte enemiga, le pagó y lo dejó ir no sin antes colmarlo de otros obsequios no solicitados como rubíes, diamantes y demás joyas. Dispuso que sea escoltado por su propia guardia hasta Marsella desde donde abordaría un barco con rumbo a su Rumania natal.

      Cóscimo tardó más de un año en tener noticias de Daniel, y cuando las recibió no fueron las mejores. Pero ¿Cual era el secreto de Daniel?

      Cuando Daniel de Transilvania se instala como médico comienza a recetar Usufur y obviamente, al ser un invento de él, ninguna botica lo tiene. Al poco tiempo aparece en la toscana un (cómplice) vendedor de Usufur que lo ofrece en las boticas del Ducado. Habiendo creado la demanda, era fácil venderlo. Esencialmente el Usufur era, nada más ni nada menos que oro en polvo. Literalmente oro en polvo. Pero, si Daniel lo vendía a su verdadero valor nadie podría comprar el Usufur y si lo vendía más barato de lo que el oro valía perdería muchísimo dinero. El plan genial de Daniel funcionaba del siguiente modo: El paciente compraba el Usufur en la botica, lo pagaba algunas monedas, luego se lo llevaba a Daniel para que confeccionara la píldora que debía tomar. Daniel guardaba el Usufur y le proporcionaba al paciente una pastilla hecha con miga de pan. Como la mayoría de las dolencias suelen mejorar solo con el tiempo y una de las particularidades de los medicamentos es que funcionan mejor en tanto el paciente cree que va a mejorar con él, las píldoras de miga de pan tenían el llamado efecto placebo. Una vez recuperado el Usufur de manos del paciente, el cómplice de Daniel lo vendía nuevamente a la botica. Con este método, el stock inicial nunca bajaba y cuando Cósimo mandó a comprar Usufur había en cantidad y los boticarios le manifestaron que nunca habían tenido problemas con la provisión. Lo grave para Còscimo ocurriría más tarde. Cuando se acabara la provisión original, adiós oro.

      Pasado algo más de un año Cóscimo de Médicis recibió una carta firmada por Daniel que decía: "Alteza Serenísima: No podría corresponder a las múltiples mercedes con que me habéis colmado como no fuera mediante una franca confesión. Vuestra Merced no obtendrá jamás más oro que el contenido en el Usufur, pues esta sustancia maravillosa no es mas que oro purísimo que yo mismo reduje a polvo y vendí a los farmacéuticos..... ruego a Vuestra Merced que me perdone y, como último favor, me otorgue el reconocimiento de que , después de todo, he sido moderado y no he querido aprovechar la situación para engañarlo aún más. Debo confesar también que no soy transilvano sino italiano y que no me llamo Daniel sino de otro modo. Deseándole la mejor salud y el pronto olvido de este engaño miserable se despide de Su Alteza, Su Seguro Servidor, el descubridor del Usufur"

      En ultima instancia quien se llenó de oro fue Daniel (o como se haya llamado en realidad). Se llevó los 20.000 ducados a cambio de unas pocas bolsitas de polvo de oro. Y quien cometió la tontería habitual cuando los humanos se enfrentan con el oro fue definitivamente el amigo Cóscimo, Gran Duque de Toscana.






Probablemente la codicia y la estupidez sean dos formas distintas de llamar a la misma cosa

Que sueñen con los angelitos.





Comuníqueme con el comandante; tengo una bomba

      El 17 de diciembre de 1903 los hermanos Orvile y Wilbur Wright lograron que un aparato más pesado que el aire se despegara del suelo y casi 55 años después se produjo el primer secuestro de una aeronave en vuelo. Se trató del vuelo 495 correspondiente al 1º de noviembre de 1958 que cubría la ruta entre Miami y Varadero en Cuba. El avión fue desviado de su ruta por partidarios de Fidel Castro y obligado a aterrizar (por llamarlo de alguna manera) en una pista controlada por los partidarios de la revolución. Iba cargado de armas, municiones y repelente para los mosquitos. Desafortunadamente se estrelló, dado que el piloto se negó a acatar las órdenes de sus secuestradores y fue asesinado. El mando de la nave lo tomó Edgardo Ponce de León quien había sido piloto de la Fuerza Aérea Norteamericana pero se ve que los aviones Vickers Viscount, de uno de ellos se trataba, no eran lo suyo.

      Es que unos centenares de toneladas de acero rellenas de centenares de seres humanos suspendidos a 9.000 metros de altura hacen de un avión un aparato particularmente vulnerable a las demandas de quien quiera reivindicaciones políticas y extorsiones de cualquier tipo. 

     
      Después del 11 de setiembre de 2001 las cosas se le complicaron a los secuestradores pero hasta ese entonces las normas de seguridad aeroportuarias eran mucho más relajadas. Durante los años 60 y 70 se produjeron numerosos secuestros de aviones en pleno vuelo con diversas motivaciones y resultados. Mayormente sirvieron para visibilizar situaciones políticas en lugares del mundo que de otro modo no hubiesen llegado al público. Además, amparados en el vacío legal de las diferentes legislaciones nacionales, que en algunos casos no incluían a la piratería aérea como delito, muchas veces aún confesos y detenidos, los secuestradores fueron dejados en libertad.

      Bombilla Tapada hoy se encargará de hacerles conocer la historia del secuestro aéreo más extraño del que se tenga memoria, cuyo ejecutor, si aún vive, se encuentra impune.


      Se los resumo en una frase. Un tipo secuestró un avión, lo obligó a aterrizar, liberó a los pasajeros a cambio de U$S 200.000  y cuatro paracaídas, el avión volvió a despegar, el tipo saltó con el paracaídas y nunca más se volvió a saber de él ni del dinero.

      Convengamos, en principio, que abordar un avión de cabotaje en los Estados Unidos antes del 11-S era tan poco burocrático como tomar un tren. Solo había que manifestar un nombre, sin necesidad de acreditar identidad, y ya. El 24 de noviembre de 1971 un tal Dan Cooper abordó el vuelo 305 de Northwest Airlines que cubría la ruta Portland - Seattle. El pasajero en cuestión tendría unos 45 años era alto y vestía traje y corbata. Cuando el avión estuvo en vuelo le entregó a Florence Schaffner un papel con una nota. Florence, que como todas las azafatas era muy atractiva, pensó que se trataba de un número de teléfono que el pasajero picaflor le entregaba para intentar un contacto futuro, entonces lo plegó y guardó en uno de los bolsillos de su uniforme. Al notarlo, Dan Cooper se acercó a la azafata y le dijo: Señorita, es mejor que lea la nota. Tengo una bomba.

      Al rato ya, el comandante le estaba preguntando cuales eran sus demandas por intermedio de la azafata. Cooper le mostró a Florence el interior de su bolso y la azafata pudo ver unos cilindros rojos y unos cables que los unían, si no eran una bomba se les parecían bastante. Las demandas de Cooper eran sencillas: 200 mil dólares en efectivo en billetes sin marca, cuatro paracaídas (dos manuales y dos de emergencia). Todo esto debería ser entregado al aterrizar en Seattle. A cambio él dejaría descender a los pasajeros y retendría a la tripulación. También exigía la recarga de combustible para el avión.

      Avisado el FBI dispuso cumplir con las demandas. Se consiguieron 10.000 billetes de 20 dólares, todos de la serie L emitidos por la Reserva Federal de San Francisco y mediante un dispositivo llamado Recordak se microfilmaron sus números de serie. La escuela de paracaidismo de Seattle proveyó los paracaídas de uso civil que Cooper demandaba. A las 17:39 de ese día el avión tocó tierra en el aeropuerto de Seattle y se produjo en intercambio. El dinero y los paracaídas a cambio de los 39 pasajeros del avión.

      El avión despegó a las 19:40 con rumbo a Nevada. Las instrucciones de Cooper eran fijar ese rumbo, mantener una velocidad de 320 Km/h y una altitud de 3.000 metros. Cerca de las 20 hs Cooper le pidió a la azafata Schaffner que se encerrara con los demás miembros de la tripulación en la cabina. Trece minutos después una luz parpadeante indicó que la compuerta trasera del avión había sido abierta. Ese fue el último dato cierto que se tuvo acerca de Dan Cooper.


La pregunta es...¿Se mató o sobrevivió?

Supongamos que sobrevivió.

      El método de microfilmar los billetes ya había sido usado por el FBI por lo menos en dos oportunidades. En una extorsión y en un robo a un banco. En ambos casos, a los pocos días el dinero comenzó a aparecer en el circuito comercial y en un par de semanas los delincuentes habían sido rastreados y detenidos. Nada de eso ocurrió con el dinero de Cooper salvo una cuestión llamativa. En febrero de 1980 ( 9 años después del salto) Brian Ingram, un nene de 8 años, encontró 5.880 dólares semi destruidos atados aún con una banda elástica pertenecientes, por los números de serie, al botín de Cooper. En 1978 un cazador encontró un cartel con las instrucciones para la apertura de la compuerta trasera de un Boeing 727. Un análisis posterior determinó que el cartel pertenecía al avión secuestrado. Hay 9.706 billetes de 20 dólares que nunca aparecieron. Ni en el comercio, ni en los bancos. Ni rotos ni enteros.

Quizá deberíamos sospechar que Cooper se mató.

      200 miembros de ejército rastrearon durante 18 días un área de 73 km cuadrados donde se supone que aterrizó Cooper. No apareció ni un solo vestigio de él. Ni el cuerpo, ni la ropa, ni siquiera la tela sintética del paracaídas, que no pudo haberse deteriorado en tan poco tiempo. Por otra parte los paracaídas utilizados en esa época consistían en una tela redonda, formada por gajos individuales, con un diámetro de más de 7 metros. No puede desaparecer así como así. Aún si hubiese muerto en el impacto y los osos de algunos de los bosques cercanos se lo hubieran almorzado o cenado, habrían aparecido, cuanto menos los zapatos...o el dinero, habida cuenta del proverbial desprecio que los plantígrados sienten por el vil metal.

      A esta altura uno ya tiene ganas de que haya sobrevivido. Si tienen intenciones de rastrearlo para pedirle unos pesos prestados no busquen a ningún Dan Cooper. Es un nombre falso copiado de una revista de historietas canadiense cuyo protagonista era piloto de combate y paracaidista. La policía evaluó más de 1000 posibles sospechosos (entre ex soldados de cuerpos aerotransportados, alumnos de escuelas de paracaidismo y demás) sin ningún éxito. Por lo menos 3 personas manifestaron haberse enterado que el tal Cooper era un miembro de su familia. Ninguna aportó pruebas concluyentes. El rostro de Cooper figura en los identikits de la policía. Aún se conserva la corbata que utilizaba durante el vuelo y que decidió dejar dentro del avión. Eso es todo lo que tenemos acerca del secuestrador aéreo más misterioso de la historia.

Salud Dan Cooper (o como te llames) donde quiera que estés ( o no estés)

Lleven abrigo por si refresca. Buenas tardes







domingo, 12 de enero de 2014

Caballeros Andantes: Para locos, los de antes....

      El cine lo acostumbró a uno a verlos con su armadura pulida, su dentadura blanca y, cuando se quitaban el yelmo, sus pelos al viento. Les juro que los caballeros andantes medievales eran una cosa bastante distinta de lo que el cine nos muestra. 

     
      Cubiertos de hasta 250 piezas de acero, con un peso de unos 30 kg de fierro calentado por el sol encima, bañándose cada tanto y recibiendo heridas cada dos por tres, estos muchachos habían de tener un aspecto muy disimil al que Hollywood nos presenta. Bombilla Tapada hoy pasará revista a las extrañas costumbres de los miembros de la caballería andante y particularmente referiremos la locura de uno de ellos bastante poco conocido. 





      En principio mantener un caballo con aptitudes para el combate y un escudero, además de comprar la armadura fabricada a medida no era barato. La caballería andante estaba reservada a los nobles de posición económica holgada. Por otra parte, como ya dijimos, el aparataje que estos cristianos llevaban sobre su cuerpo suponía un sobrepeso de unos 30 kilogramos condición que reservaba su ejercicio a personas jóvenes y atléticas. La caballería formaba parte de los ejércitos como un cuerpo más, que atacaba luego que que la infantería (los soldados de a pié) habían hecho lo suyo. Como nobles que eran creían estar destinados a culminar la batalla definiendo lo que los pobres combatientes de a pié habían comenzado.

     
      El tema era buscarse algo para hacer en los periodos entre guerras. Mover con solvencia las espadas, escudos y lanzas metidos dentro de sus corazas de lata no era para improvisados y su efectividad dependía del continuo entrenamiento. Los torneos eran la brutal versión de un partido amistoso equiparándolo con el fútbol. La intención, en principio era lograr que el otro jinete cayera de su caballo enfrentándose en un campo llamado "lisa". Todos hemos visto alguna vez esta escena en el cine o la televisión. Alejados una distancia cercana a los 100 metros, los dos jinetes toman carrera y, mas o menos a medio camino, se cruzan propinándose mutuamente un viandazo de proporciones, generalmente con la lanza. En algunos torneos alcanzaba con ésto para obtener la victoria. En otros la pelea continuaba de a pié. 

      No crean que todo era así de brutal. También había exhibición de carruajes y escudos. Juegos de sortija (antecesores de nuestras gauchescas carreras de sortija donde nuestros paisanos prueban su habilidad ensartando un anillo pendiente de un hilo al galope) y un juego llamado quintena que consistía en aporrear a la carrera a un maniquí que merced a un eje central, descargaba un golpe al participante cuando era golpeado. 

     
      Ahora bien. ¿Que hacían estos muchachos cuando no había guerra o torneos? ¿Que motivación podrían sostener para andar todo el día con esas corazas y cotas de malla (una especie de mameluco interior fabricado con pequeñas argollas de acero a modo de tejido) ? Pues bien. Los caballeros andantes, andaban. Y andaban buscando aventuras. ¿Y para que? se preguntará usted. Para ofrendarle su victoria (tanto en sus aventuras como en sus torneos) a su dama diré yo. Ya me parecía - responderá entonces usted - que había minas de por medio. Muchachos jóvenes, atléticos, con dinero y fama...je je. Se ve que no nos estamos entendiendo, mi distinguido lector. Los códigos de la caballería eran muy distintos a lo que uno esperaría de una relación hombre - mujer actual. Vengan por acá que les muestro.

     
Ulrich von Liechtenstein
     El noble caballero estaba obligado a buscar a una noble dama y ofrecerle sus servicios. Ésta (la dama) normalmente estaba casada pero a su marido no le importaba. O mejor dicho si. Porque era muy bien visto, y hasta un orgullo para el tipo, que un caballero de gran fama hubiese elegido a su esposa para ofrendarle sus victorias. La dama en principio, decían las reglas no escritas, debía negarse. Era ahí donde el caballero andante partía a realizar alguna hazaña: ganar un torneo, rescatar a un secuestrado, retar a combate a todo aquel que pretendiera cruzar un puente o una encrucijada de caminos. Una vez lograda la victoria, se presentaba nuevamente frente a la dama y ofrecía sus servicios ofrendando esta vez su triunfo. Esta vez si, la dama aceptaba y se sellaba el pacto. Le daba a su caballero un pañuelo o un pedazo de su vestido y éste lo ataba a la punta de su lanza. Y eso era todo lo que el caballero obtenía de su dama.

     
      El enamorado platónico componía poemas para ella (normalmente sin nombrarla) y además, cada vez que vencía a otro caballero le perdonaba la vida a cambio de que fuera ante su dama y se ofreciera a ella como esclavo. Habitualmente la dama rechazaba la esclavitud del vencido con un: Vaya nomás. No era extraño que, un noble armado caballero y casado formalmente con una dama, ofreciera sus servicios a otra dama en tanto que su propia esposa tuviera su propio caballero cortejante. Así de confusas eran las cosas por ese entonces. Detalles más, detalles menos, es lo que se dio en llamar amor cortés. Los libros de la saga del Rey Arturo lo muestran en serio y el famosísimo Don Quijote es la burla de Cervantes a semejantes comportamientos llevados al extremo del ridículo por don Alonso Quijano, nombre civil del protagonista de su novela.

     
      Si bien no parece muy sensato correr serios riesgos de perder la vida o quedar minusválido a cambio de un pañuelo u otro trozo de tela, uno de los caballeros andantes que registra la historia, estaba particularmente desequilibrado. Su nombre Ulrich von Liechtenstein. Nació en el año 1200 en lo que hoy es Austria y a los 23 años fue ordenado caballero por el Duque Leopoldo VI. Como era habitual, los caballeros no solían manifestar por escrito el nombre de su dama, pero por indicios indirectos se supone que había decidido beneficiar a Teodora Angelina, la mismísima esposa del Duque. Dama de semejante alcurnia esperaba ser cortejada por un caballero de mayor rango, por lo tanto no hacía más que rechazar a nuestro Ulrich. En cierto momento, ante la insistencia de von Liechtenstein, le confesó a una de sus damas de compañía (tía de Ulrich) que más allá de la diferencia de estatus social, había un impedimento mayor para aceptarlo y era que Ulrich tenía el famoso "labio de los Habsburgo" lo que a la Duquesa le provocaba cierto rechazo (lo que en criollo sería unos labios como para chupar naranjas). Ulrich entonces, se dirigió a la ciudad de Graz donde se lo hizo operar. Claro que lo que hoy sería una intervención menor en esa época (800 años atrás) resultaba una carnicería. A falta de anestésicos los médicos utilizaban unos sillones con correas para maniatar al paciente mientras era intervenido. Para demostrar su hombría y decisión Ulrich se negó a ser atado. Soportó el dolor sin mover un solo músculo mientras el médico le reducía (como podía) el labio superior. Durante 6 meses casi no pudo ni comer, quedó postrado en la cama y tuvo la fortuna de sobrevivir.

     
Teodora Angelina
Le escribió varios poemas a la Duquesa y siempre recibió el rechazo como respuesta. Comenzó a participar en torneos y justas con gran éxito, dedicando a su dama los triunfos pero nada parecía conmover a Teodora. En uno de los torneos casi pierde el dedo meñique de una de sus manos. Se lo volvieron a acomodar y le quedó puesto pero feamente torcido. Por intermedio de un amigo en común le mando a decir a la Duquesa que la virtual pérdida del dedo no era más que otra demostración de su amor por su dama. Teodora Angelina le respondió que no sería para tanto si el dedo, mal que mal, seguía puesto en su mano. Con la ayuda de otro amigo (tan desquiciado como él) y a pura daga y martillo se amputó definitivamente el dedo. Aún vendado escribió otro poema lo hizo encuadernar y encargó a un orfebre que fabricara un aplique el forma de dedo meñique para cerrar sus tapas. El cierre debía ser hueco a fin de contener dentro el auténtico dedo amputado de Ulrich. 

      A pesar de este acto de valentía, caballerosidad o locura, la Duquesa siguió rechazándolo.

     
Tapiz que recuerda a Ulrich/Venus
      Viajó a Venecia y durante el invierno encargó a sastres de la ciudad que le confeccionaran ropa para su medida...pero de mujer. Los atuendos incluían una larga cabellera rubia tranzada con perlas. Dispuso que un heraldo se le adelantara invitando a combate singular a todos los caballeros que lo dispusieran personificando von Liechtenstein a la Diosa Venus, en sus trajes de mujer. Quienes lo vencieran recibirían un anillo de oro. En cambio si Venus/Ulrich era el ganador debía rendirle honores a "cierta dama" que era ni más ni menos que su amada. 



      577 caballeros aceptaron el reto. 270 recibieron su anillo de oro. Pero un impresionante número (307) fueron vencidos por Ulrich, en alguna ocasión hasta derrotando a 4 de ellos en la misma jornada y sin recibir mayores daños personales. 

      Después de semejante gira, que lo llevó hasta Bohemia, Ulrich decidió volver a Austria no sólo a ver si ahora su amada lo aceptaba sino para ver a su familia. Es que el demente de von Liechtenstein tenía mujer y 4 hijos. Una vez cumplidos sus compromisos familiares volvió a la corte y recibió una nota de la Duquesa que decía que Teodora "comparte la alegría de vuestra gloria" y que "aceptaba entonces sus servicios" y en prueba de tal aceptación le enviaba un anillo. 

     
      Luego de un par más de idas y vueltas (la Duquesa fingió, para desesperación de Ulrich, un nuevo rechazo al que sobrevino una nueva admisión a su servicio) Teodora consintió en tener con su caballero una entrevista personal cara a cara. Ulrich casi muere de la emoción. Las condiciones para tal encuentro incluían que von Liechtenstein debía camuflarse entre los leprosos que pedían limosna a la entrada del castillo y esperar a que lo llamaran. Vivió varios días entre el asco, la repugnancia, la lluvia y el frío. Luego de varias jurnadas, sucio y lleno de piojos, lo contactó una doncella diciéndole que esa noche debía esperar frente a la ventana de los aposentos privados de la Duquesa con una luz en la mano. Parado, vestido solo con una camisa y una vela en la mano, Ulrich creyó tocar el cielo con las manos cuando vio bajar desde la ventana de su dama, una plataforma confeccionada con sábanas que lo invitaba a subir. Se sintió espiritual y literalmente elevado por los aires y a punto estaba de tomar la mano de su amada cuando (accidental o deliberadamente) la plataforma se vino al suelo junto con los huesos de Ulrich.

      A pesar de todo, von Liechtenstein aceptó las explicaciones de la Duquesa y siguió, quizá menos convencido, a su servicio. En apariencia y después de haberlo logrado, el Duque Leopoldo, quien lo había ordenado caballero, procedió a morirse y Teodora, su amada, se recluyó en un convento. Finalmente, sin dama a quien cortejar Ulrich von Liechtenstein dejó la caballería andante y se fue a su casa con su mujer e hijos. Su cuerpo había juntado desengaños espirituales y daños materiales pero se las arregló de algún modo para vivir hasta los 78 años, toda una extrañeza para la época. 

       
Les dejo, entonces la poco conocida historia del caballero Ulrich von Liechtenstein para que aprendan todos aquellos que, aún en el día de su propio aniversario de casados, se quejan porque la florería está a 3 cuadras de su casa y no quieren ir a por un mísero ramo de fresias.





Que anden bien