jueves, 26 de septiembre de 2013

Guía turística para estas vacaciones: ¿Qué ofrecen las diversas religiones en ocasion de irse al Infierno?

El promedio de vida de un cavernícola del paleolítico era de unos 30 años. Las cosas no habían cambiado mucho durante la Grecia y Roma clásicas. Para el caso habían empeorado bajando la expectativa de vida a unos 28 años. A principios del siglo XIX las cosas comienzan a mejorar ligeramente. Se podía esperar llegar a los 40 años con alguna  razonablildad. Hay que esperar a los inicios del siglo XX para sumar una década al promedio y llegar con alguna comodidad a los 50. Recién a partir de mediados del siglo pasado y hasta llegar a la actualidad, con el desarrollo de los antibióticos y las cirugías se suman casi 2 décadas y media y de no mediar nada raro se pueden tener esperanzas fundadas en alcanzar los ¾ de siglo.


            No caben dudas de que, como las cosas sigan avanzando así la longevidad en las próximas décadas seguirá creciendo, pero desafortunadamente por mucho que nos pongamos beligerantes, en algún momento más tarde o más temprano habrá que devolver el equipo. Nada hay más democrático que la muerte, todos tenemos una asignada. Ahora bien, si una de las preocupaciones mayores de la humanidad ha sido y es prolongar lo más posible la vida, no es menos preocupante para el hombre saber que cuernos pasa con uno después de dar el paso al mas allá. Por supuesto que la respuesta no queda en este caso en manos de la ciencia sino que depende de la religión, las cosmogonías y mitologías que hayamos elegido para solventar nuestras inquietudes místicas.

           
El mío está lejos de ser un espíritu virtuoso y los de mis amigos menos. Por lo general la presencia de unos cuantos pecados hace a la gente más atractiva. Por lo tanto ni yo ni mis conocidos directos hemos de tener la puerta abierta al paraíso. Vale, entonces la pena en esta oportunidad y de la mano de Bombilla Tapada hacer un recorrido por los espantosos lugares que las diferentes religiones y mitologías tienen reservadas para los pecadores como nosotros. Pónganse el casco de minero y las botas, agarren un rollo de soga que bajamos a los infiernos.

            

Para los cristianos hay mucho fuego reservado. Regenteado por Satanás el infierno de los católicos es un lugar de sufrimiento eterno. La Biblia no es muy profusa en detalles pero hay mucha literatura al respecto, principalmente la Divina Comedia que es como una Guía Michelín del averno. Aparentemente el infierno cristiano tiene hasta capital que se llama Pandemonium. Mucho azufre y nueve círculos concéntricos donde se acomodan los pecadores de acuerdo con la gravedad de sus faltas. En el centro mismo de los círculos, el fuego eterno. El pecado que te garantiza el ring side es la traición. Los traidores son los que arden más cerca del mismísimo Belcebú acompañando al más famoso de los desleales: Judas. Tranquilos, eventualmente los lujuriosos y los que comenten pecado de gula tienen lugar en el 2º y 3º círculo respectivamente, bastante lejos de las estufas infernales (personalmente no deja de ser una tranquilidad).

           
Las menciones del infierno en el Antiguo Testamento, libro en el que se basa la religión judaica, son escasas. Los pecadores pasaban una temporada en su sitio llamado Gehena y después todos, justos y pecadores, terminaban en el Sheol. El infierno, o mejor dicho el lugar de castigo para los injustos, quedaba bien cerca de Jerusalén en el valle de Hinom. Saliendo de las murallas de la ciudad por la puerta del sur se encontraba este valle. En algún momento, alrededor del año 600 antes de Cristo ese lugar comenzó a utilizarse para incinerar la basura de la ciudad. También podían encontrarse cuerpos de animales y hasta cadáveres de ajusticiados. Ciertamente debería de ser una imagen espantosa estar ahí.

           
El Budismo tiene unas opciones más pintorescas para elegir. En principio sus infiernos tienen diversas temperaturas que van de lo frío a lo caliente. El infierno budista se llama naraka. La presencia de un alma en él no tiene que ver con los pecados sino con el karma. Ocho de los narakas son helados y otros tantos ardientes. En los narakas helados los cuerpos van desnudos y sufren grandísimos padecimientos a causa del frío. Desde el castañeteo permanente de los dientes del desdichado hasta la exposición de los órganos internos por la quebradura de la piel congelada. El tiempo que dura la estancia de un tipo ahí dentro debe compararse con el tiempo necesario para vaciar un barril lleno de semillas de sésamo sacando una de ellas cada 100 años. Los narakas ardientes, como dijimos, también son ocho. Su piso es de chapa y por debajo hay fuego, con lo cual invariablemente el budista condenado se quema las patas todo el tiempo. En cada uno de ellos los tormentos son crecientes. Los penitentes sufren enormemente las quemaduras, aplastamientos, lanzazos y demás torturas hasta que mueren, reviviendo al instante para comenzar todo nuevamente.

           
Los egipcios también tenían su zona oscura llamada Duat. El establecimiento estaba regenteado por Osiris y quedaba en el cielo de abajo. Es decir en la parte del cielo que los egipcios (correctamente) sospechaban que el sol recorría durante la noche. Que el sol fuera un dios, que viajara en una barca, que la serpiente Apep intentara impedir todas las noches que llegue al amanecer del otro lado y demás incidentes poco astronómicos son apenas detalles. Cuando un ñato moría, luego de un par de vueltas en la barca de Ra pasando por puertas, montañas, cavernas, monstruos y demás bestias hostiles se llegaba en la presencia de Anubis (a los que los maledicientes llamaban “cabeza de perro”). Allí se colocaba el corazón del finado en el platillo de una balanza y una pluma en el otro. Si la balanza estaba equilibrada el tipo se iba al, digamos, paraíso. Convivía con los dioses y hasta adquiría algunas características divinas. Para el caso en que la balanza presentara desequilibrio, debajo de ella descansaba Ammyt. Este bicho era una extrañísima combinación de cabeza de cocodrilo, cuartos delanteros de león y cuartos traseros de hipopótamo. El bicho procedía a morfarse ipso facto al impío y ahí se acababa el cuento.

           
Cuando muere uno dentro de la fe musulmana deberá someterse al control de lo suscripto por dos ángeles escribanos. Uno anota las malas acciones y el otro las buenas de cada uno. Llegados a este punto, el finado debe intentar pasar por un punte llamado Sirat. Este es delgado como un pelo, los injustos caen en el intento y, desde el vamos, los espera el fuego. De acuerdo con Las mil y una Noches, allí donde caen los que no se hubieron arrepentido de sus pecados antes de morir, existe un edificio de siete pisos, cada uno de ellos con una altura que requiere de mil años escalar. Las montañas son de fuego al igual que los lagos. Dentro de ese infierno hay ciudades de fuego compuestas por castillos de fuego. Dentro de los castillos hay casas (adivinen) de fuego y dentro de ellas camas de fuego. Sobre estas se torturan las almas de los injustos.

           
Cuando se moría un griego de la antigüedad, sus deudos debían colocarle en la boca una moneda. Es que el Tártaro estaba separado del reino de los vivos por el río Aqueronte y un tal Caronte era el piloto de la barca que cruzaba el río cobrando con esa moneda el ticket de embarque. El infierno de los griegos tenía una interesante hidrografía que constaba e 5 ríos y dos lagos. Al llegar al patio del palacio de Hades, regente del Tártaro, el finado era esperado por Minos, Radamantis y Éaco. No se trataba de la delantera del Olimpiakos sino de los tres jueces del infierno. Si estos determinaban que el occiso era impío, el único camino posible era el del infierno. Una vez dentro era imposible salir. Mitad por el celo que Hades y sus colaboradores ponen en el cuidado de las almas condenadas, mitad por dos gigantescas puertas de bronce que cierran la entrada. En contra de los criterios decorativos generales que amueblan los diversos infiernos mitológicos, el Tártaro no tiene fuego. Es oscuro y húmedo y es tan profundo que no parece tener piso, siempre se puede seguir bajando. Todo el tiempo hay tempestades que lo convierten en un lugar deleznable. Los castigos eran función de la falta cometida y eran bastante ingeniosos. Sísifo se había mandado unas cuantas en vida, pero la última fue demasiado: cuando Tánatos lo fue a buscar para conducirlo al reino de los muertos, Sísifo lo engañó y lo encadenó provocando que nadie muriera en Grecia hasta que fue liberado. Su castigo en el Tártaro era empujar una roca por la ladera de una montaña para que, al llegar a la cima, invariablemente cayera y Sísifo tuviera que comenzar todos los días de nuevo. Cosa similar le pasó a un tal Tántalo aunque fue algo más osado que Sísifo. Mató, descuartizó, robó y demás. Al tipo lo condenaron a estar parado con el agua a la pera y una rama con frutos colgando sobre su cabeza. Muerto de sed, cuando se agachaba a beber el nivel del agua bajaba. Cuando se estiraba a comer, la rama subía de modo que nunca podía saciar ni su hambre ni su sed.

           
Terminamos en el Diyú, que no es un boliche de Bariloche sino el infierno chino. Allí manda Yama que es el rey del infierno. Las prestaciones incluyen laberintos y mazmorras para mejor tormento de los impíos. Al llegar el muerto lo recibe un tribunal de 10 jueces. Cada uno de ellos se encarga de un aspecto del currículo vitae del finado. Uno se encarga de los posibles robos, otro del adulterio y así. Con el veredicto en mano, el condenado es destinado a uno de los 18 niveles del Diyú donde es convenientemente torturado siendo cortado a la mitad u obligado a navegar en líquidos inmundos. Lo bueno es que el castigo, alguna vez, termina. Concluido el período de penitencia los ex convictos pasan a manos de Meng Pol. Se trata de una vieja dama que prepara con hierbas un té que se llama “de los cinco sabores del olvido”. Condición para salir del Diyú es beber una taza, obligación a la que nadie se niega con tal de egresar el infierno donde fueron torturados. Limpio de ayeres el espíritu está listo para ser envasado en el cuerpo de un bebé sin recordar nada de su vida pasada.

            Hay quienes transitan una vida recta y virtuosa con el propósito de pasar la eternidad en el Paraíso. No dejan de ser unos miserables que se dejan sobornar por una recompensa, grande es verdad, pero soborno al fin. Prefiero obrar bien porque es correcto que a cambio de una promesa de vida eterna.

           
De todos modos nunca cruzo una avenida ni me voy a dormir sin colocarme una moneda debajo de la lengua, no sea cosa que, además de ir al infierno, le tenga que firmar un pagaré a Caronte

¡Que haiga suerte!





            

martes, 24 de septiembre de 2013

Samuel Gladstone. El tipo más equivocado de la historia

            La historia del conocimiento humano está tachonada de errores que condujeron a resultados inesperados. Típicos casos son los del tipo que buscaba A y terminó encontrando B. O el que buscando combinar C y D terminó encontrando E que al final sirvió para desarrollar F. La enorme mayoría de los descubrimientos se hicieron mientras efectivamente se buscaba eso pero no dejan de ser pintorescas las equivocaciones. Algunas son conocidas, otras no tanto. Algunas son pequeñas y otras gigantescas. Esta vez vamos a comentar el caso de, para mí, el más grande error de apreciación, no solo de la historia de la ciencia y el conocimiento sino de toda la humanidad. A modo de ejemplo, vayan unos ejemplos redundancia aparte.

           
No vamos a mencionar por demasiado conocido a don Cristóbal Colón, quien queriendo ir a las Indias atropelló a América y para peor, murió sin saberlo. Si en cambio, vamos a mencionar la historia de Charles Goodyear. En Brasil existió, desde siempre, un árbol llamado científicamente Hevea Brasiliensis, más comúnmente conocido como caucho. Los indígenas del Amazonas lo llamaban Cautchouc, que en su idioma significa: árbol que llora. Y efectivamente, el método para recoger esta sustancia lechosa que mana del mismo es efectuar un corte en forma de “V” en su corteza y disponer de un recipiente en el vértice de la misma donde se irá juntando gota a gota. De todos modos, así como sale del árbol no sirve de mucho. Se debe cocer el menjunje en una hoguera que eche humo y recién ahí tenemos el material que merece llamarse goma. Principalmente se utilizó para hacer pelotas y borrar el trazo de lápiz. Un portugués tuvo la idea de pintar una tela con caucho para impermeabilizarla y tuvo tanto éxito que casi lo condenan por brujería. Con la llegada del automóvil el caucho tuvo una nueva oportunidad. A alguien se le ocurrió tapizar la banda de rodamiento de las incómodas ruedas de madera con caucho para hacer más placentero el viaje. La idea era buena, pero la goma, así como así, no sirve puesto que se gasta con mucha facilidad. Debería lograrse que fuera más dura sin perder flexibilidad.

           
Charles Goodyear era autodidacta. Tenía experiencia en fracasar ya que lo había hecho en varias oportunidades. Perdido por perdido se decidió a encontrar la solución al problema del caucho. Durante 5 años probó mezclar el caucho natural con cuanta porquería se le ocurriera con el mismo pertinaz fracaso. Se endeudó hasta la miseria. El método empleado consistía en fundir una muestra de caucho y mezclarla ya líquida con cualquier cosa. Una vez enfriada el bueno de Goodyear probaba si había logrado un resultado favorable. Un día dejó una de las muestras sobre la hornalla y fue a hacer quien sabe qué. Al volver, la goma había roto el hervor y estaba chorreada sobre la cocina. Puteando en inglés (había nacido en Connecticut, Estados Unidos) intentó limpiar el enchastre sin lograrlo. Al enfriarse la muestra la cosa se puso peor. Acababa de inventar, por error, el caucho vulcanizado mezclando una porción de goma fundida con azufre que era lo que tenía la muestra en cuestión. Como en muchas otras oportunidades a lo largo de la historia, Goodyear no pudo disfrutar de los beneficios de su descubrimiento. Murió en 1860 en la pobreza. Le correspondió a Frank Seiberling poner el dinero necesario para fundar, 38 años después de su muerte (la de Goodyear) la Goodyear Tire & Rubber Company y llenarse de plata con el invento accidental.

           
Otro ejemplo antes de ir al meollo de la cuestión. Para principios del siglo XIX se había descubierto la nitroglicerina un poderoso explosivo. Además de sus evidentes propiedades bélicas la nitroglicerina tenía aplicaciones en la apertura de caminos, túneles y minería pero era y es extremadamente sensible. No es que se ponga a llorar por cualquier cosa pero la compresión, la agitación o la suba de temperatura la hace explotar violentamente. Un profesor de química de la universidad de Basilea puso manos a la obra. Christian Schönbein se llamaba y además de su despacho en el edificio de la universidad contaba con un pequeño laboratorio en los fondos de su casa. Su esposa (la historia no ha conservado el nombre de pila de ella) le tenía prohibido utilizar ninguna otra dependencia de la casa para sus experimentos que no fuera el laboratorio debido a la peligrosidad tanto de los éxitos como de los fracasos. Un día en que la señora Schönbein no se encontraba, Christian violentó la norma. Utilizó la cocina para realizar una mezcla de ácido nítrico con ácido sulfúrico con tanta mala suerte que ésta se derramó sobre la mesada. Intentando borrar las huellas del desastre tomó un delantal de algodón de la esposa con el fin de secarlo. Como el delantal había quedado mojado lo colgó cerca del fuego de la cocina para que se seque lo antes posible. Un destello lo sobresaltó justo a tiempo para ver como la tela desaparecía súbitamente ante sus ojos. Acababa de inventar el algodón pólvora o nitrocelulosa. No se bien si catalogarlo como un error o simplemente como desobediencia.

           
Llegamos entonces a la historia central de este post. A principios de los 1800 los físicos contaban con un nuevo chiche para divertirse. Alejandro Volta andaba por ahí ensartando en un palo unos discos de metal intercalados con trozos de fieltro mojado. Si se unía con un alambre el primero con el último de los discos, algo circulaba por el cable, algo tan nuevo que no tenía ni nombre. La cuestión es que si, por ejemplo, se seccionaban las patas de una rana (convenientemente muerta previamente) y se le aplicaban los extremos del alambre, las patas parecían volver a la vida para horror de las damas presentes. Dado que Volta apilaba los metales, el dispositivo se llamó simplemente “pila” y es el antecesor de las pilas actuales de nuestras linternas y las baterías de nuestros celulares. Un físico ingles también se había puesto a jugar con el nuevo fluido que a estas alturas ya todos conocemos como electricidad. El científico se llamaba Michael Faraday. Si se envolvía una brújula con unas vueltas de alambre y se hacía circular corriente por él, la aguja perdía el norte. Este fue el primer indicador del paso de la electricidad y se lo llamó galvanómetro en honor a Luigi Galvani, quien lo descubrió. Ahí había un primer indicio de que quizá la electricidad y el magnetismo tuvieran algún punto de contacto. Se puso a jugar con ello para descubrirlo y lo logró. Descubrió que si deslizaba un imán dentro de una bobina conectada a un galvanómetro, la aguja de este se movía mostrando la circulación de corriente por el cable. En 1824 fue admitido en  la Real Sociedad de Londres y en ese ámbito presentó ante científicos y legos, incluida la Reina Victoria, su descubrimiento. Luego de mostrar que si movía el imán dentro de la bobina, la aguja del galvanómetro se movía también se le acercó Samuel Gladstone (Ministro de Finanzas de la reina) y le preguntó algo así como: “Muy lindo lo suyo don Michael, pero…¿Para que sirve?

           
La respuesta, hoy por hoy, para don Gladstone es muy obvia. El microondas, la tele, la iluminación y principalmente la computadora donde esto escribo funcionan gracias al descubrimiento de Faraday porque: las centrales termoeléctricas constan de un motor a explosión que gira y hace que un imán se mueva dentro de una bobina y genere corriente; las centrales nucleares están compuestas de un enorme tacho donde se producen reacciones entre átomos de uranio o plutonio que generan un enorme calor, que se aprovecha para calentar agua hasta convertirla en vapor y así hacer mover una turbina mediante la cual un imán se mueve dentro de una bobina para generar corriente; las centrales hidroeléctricas interceptan una corriente de agua para que ésta al hacer girar una turbina mueva un imán dentro de una bobina y así genere corriente. La pregunta desdeñosa de Gladstone quedaría suficientemente respondida con holgadez con estos ejemplos, pero hay mas, bastante más.

           
Un tal Pavel Schilling pensó lo siguiente. Un interruptor podría hacer funcionar o no a distancia un electroimán. Apagando y prendiendo una llave se podría hacer que ese electroimán hiciera mover una chapita o lo que fuere que haga algún ruido. Samuel Morse, mas tarde, en 1838 tenía ya desarrollado un código con el que los mensajes podían ser enviados a la distancia que se les cantara.

            La famosísima carrera llamada Maratón remeda la heroica corrida de Filípides desde Maratón hasta Esparta, alejada 246 kilómetros una de la otra, que le llevó 2 días y le costó la vida. La caída de Fernando VII en España a manos de Napoleón se produjo el 1º de Febrero de 1810 y la noticia llegó a Buenos Aires el 13 de Mayo del mismo año.

            No había forma, antes del descubrimiento de Faraday y las contribuciones de Schilling y Morse, de que una noticia viajara más rápido que la velocidad de un caballo rápido. Marco Polo, en su libro autobiográfico, se maravilla del aceitado sistema de postas del reino del Gran Khan. Aún así los mensajes tardaban semanas en llegar de un extremo al otro del territorio.

            De un momento a otro, la velocidad de circulación de la información pasó de unos 65 kilómetros por hora (a caballo) a 300.000 kilómetros por segundo (por el telégrafo). La noticia de la caída del Rey de España tardó 72 días en llegar a Buenos Aires. Mediante el telégrafo le hubiera llevado 0,033 segundos cruzar los 10.056 kilómetros que nos separan de Madrid.

            “¿Y esto para que sirve?” preguntaba ingenuamente Samuel Gladstone sin notar que gracias al juguetito de Faraday en escasos años (14 para ser más exactos) la humanidad rompió con 10.000 de aislamiento y las comunicaciones de hoy en día (chatear con un primo que vive en Oslo o ver en vivo la Fórmula 1 en Singapur) comenzaran a hacerse realidad.


            Que descansen.

domingo, 15 de septiembre de 2013

¡Que le hace una mancha más al tigre! (De la Esso)

     
Uno, con cuarenti largos, recuerda haber visto intervenciones militares de los Estados Unidos en pos de los más diversos intereses, encabezando largamente la lista el dúo Libertad y Democracia. Así las tropas norteamericanas han paseado, hasta donde uno recuerda, sus anatomías por Nicaragua, Iraq, Afganistán, Libia y demás países de Medio Oriente. Hoy en nombre del mismo esquivo dúo la amenaza se cierne sobre Siria. Si bien el frontis exhibido es siempre la misma pareja de sustantivos abstractos, debe uno ser muy ingenuo para no descubrir, apenas rascando la pintura de la superficie, que los motivos comerciales de la más diversa índole son los verdaderos motores del viaje a tierras lejanas. En nuestras memorias van quedando las imágenes de los noticieros (desde el blanco y negro hasta el rutilante HD) mostrando humaredas, aviones militares, cañones disparando e invariablemente civiles llorando la perdida de sus bienes y de sus seres queridos. En cambio no recuerdo haber visto la llegada de ningún síntoma de Libertad o algún signo de Democracia en ninguno de esos lugares. 

      Tan tradicionales como Disneyworld, los asesinos seriales y las dougnuts, la historia de las intervenciones militares norteamericanas es tan larga que arranca a poco de declararse su propia Independencia. Póngase el levitón y la galera que comenzamos en el siglo XIX.

   
Habiéndose declarado independiente el 4 de Julio de 1779, ya para 1801 la armada Norteamericana se andaba paseando a los cañonazos por territorio africano. Mientras se decidía el destino de la colonia británica que era antes de su independencia el territorio de los Estados Unidos y a fin de perjudicar a su histórico enemigo, la armada Francesa escoltaba a los buques norteamericanos en sus viajes comerciales hacia el norte de África. Luego de su independencia, tuvo que empezar a arreglárselas solito. Parece ser que algunas dependencias del imperio Otomano no eran todo lo enérgicas que se esperaría en reprimir la piratería cerca de sus costas y esto le traía bastantes perjuicios económicos a la nación naciente. Por lo tanto, el 1º de agosto de 1801 comenzaron los cañonazos.  La primera guerra de los norteamericanos por cuestiones puramente comerciales se desarrolló mayoritariamente en el mar, a excepción de su última acción que consistió en el desembarco de tropas norteamericanas en Egipto y la invasión y toma de la ciudad de Derna. Por primera (y lamentablemente no por última) vez, la bandera de Estados Unidos flameaba en un territorio ocupado. El 4 de junio de 1805 el Pasha de Trípoli firma un acuerdo y se da por terminada la primera acción bélica norteamericana fuera de sus fronteras.

   
Hacia 1850, los Estados Unidos tenían la idea de que el Imperio del Japón llevaba demasiado tiempo con sus frontera cerradas. En efecto, desde hacía más de 200 años el Japón estaba cerrado sobre si mismo no manteniendo comercio exterior alguno. El designado para ventilar esas ideas tan perniciosas, fue el Comodoro Matthew Perry, y el procedimiento elegido fue el mismo de siempre. Los rendidores cañonazos. El tratado de Kanagawa dejó los puertos de Shimoda y Hakodate abiertos al comercio norteamericano. Tan convincente fue la intervención del Comodoro Perry que en 1858 se firmó el Tratado de Harris que no solo mantiene los términos del de Kanagawa sino que agrega concesiones para la instalación de establecimientos norteamericanos en suelo japones y mínimos aranceles a la importación de productos yankees.

     
En 1854, la reciente República de Nicaragua (sólo hacía 33 años de su independencia) recibió la desagradable visita del USS Cyane en sus costas. El pretexto, un ataque al Cónsul Norteamericano. El motivo el alza de las tarifas que cobraba el puerto de Greytown a los buques estadounidenses. La consecuencia la ciudad de San Juan del Norte totalmente destruida. La cosa fue mas o menos así: Solon Borland era el representante de Estados Unidos en Nicaragua y Antonio Paladino un pequeño comerciante Nicaragüense. Quiso la mala fortuna que el vapor que conducía a Borland y la pequeña embarcación que Paladino utilizaba para comerciar se cruzaran en el cauce de un río estrecho. Borland hizo valer su derecho de paso del modo más contundente posible. Es decir, desde la proa de su embarcación le descerrajó un disparo de fusil al pecho de Paladino. Sus compañeros, los de Paladino, se presentaron por la noche en la casa que Borland habitaba exigiendo explicaciones. Solon se negó a darlas y los ánimos se caldearon. Un oportuno botellazo en el rostro del yankee terminó la discusión. Borland viajó inmediatamente a Washington y volvió con ayuda tal como se describe al principio del párrafo. 200 cañonazos terminaron con la resistencia, las casas y demás construcciones de Greytown. Terminado el bombardeo, la tripulación del USS Cyane bajó a tierra a y saqueó lo poco que quedaba.

     
 Teniendo en cuenta que, para esas épocas, el poderío naval era determinante en las acciones bélicas, pertenecer a un país enteramente mediterráneo como Paraguay lo mantendría a uno a salvo. Error. Los países americanos que se habían emancipado de España en fechas recientes eran una excelente oportunidad para generar negocios. El virreinato del Río de la Plata había impedido que sus colonias desarrollaran una industria propia, dependiendo durante toda su historia de los productos manufacturados que la casa matriz de España les vendía con exclusividad. Al soltar la mano de la metrópoli los nuevos países salieron a buscar quien les proveyera de productos industriales o mejor aún de la posibilidad de producirlos en las nuevas tierras con intenciones de provocar el desarrollo de la región. El presidente norteamericano de ese entonces (1859) era James Buchanan y había designado a un tal Edward Hopkins como su representante ante el gobierno del Paraguay encabezado por su presidente Carlos Antonio López. (padre de Francisco Solano López presidente durante la Guerra de la Triple Alianza). Hopkins viajaba con la misión de evaluar la conveniencia de que los Estados Unidos reconociera la independencia del Paraguay dado que la Confederación Argentina no lo había hecho aún y el Imperio del Brasil tampoco. Ya que estaba por ahí, Hopkins se dedicó a hacer negocios particulares. Logró la concesión para explotar la navegación comercial de vapores por los ríos paraguayos, instaló una tabaquería, obtuvo créditos de parte del estado paraguayo para la instalación de maquinaria y compra de terrenos con plazos de 15 años y demás. A Hopkins lo acompañaba un buque de supuesta investigación científica (aunque armado con cañones) llamado Water Witch. El tipo fue convirtiéndose en una celebridad en Asunción y rápidamente se fue olvidando de su misión primigenia. Se entreveró sentimentalmente con Madamme Guillemot, esposa del diplomático designado por el estado francés en el Paraguay y un día, mientras realizaban una cabalgata desde San Antonio a Asunción se cruzaron por un camino con un soldado paraguayo que arreaba una manada de bueyes. El yankee increpó de mala manera al soldado de nombre Agustín Silvero (quizá para hacerse el guapo frente a la chica) pero la compadrada le salió mal. Terminó con un sablazo en la espalda por parte del soldado. Al día siguiente Hopkins se metió de prepo en el despacho del presidente López exigiendo reparación por semejante afrenta por parte de un soldado de un "país semiprimitivo" según sus palabras. López lo recibió con cortesía, pero el 30 de setiembre de 1854 lo metía de bruces en el Water Witch y le ordenaba que abandonara inmediatamente el país. El 1 de febrero de 1855 el Water Witch fue atacado por la guarnición del ejército Paraguayo en Itapirú. El incidente fue reportado al gobierno de Washington y el responsable de lavar la afrenta (la del Water Witch, no la de Hopkins que a esta altura les importaba un pepino) fue el Comodoro William Subrick. Sabine, Caledonia, Westemport Atlanta, Memphis, Metacomet, Fulton, Water Witch, Harriet Lane, Argentine, Chapin, Southern Star, Saint Lawrence, Falmouth, Preble, Bainbridge, Dolphin, Perry, Supply y Release fueron los nombres de los barcos que se apersonaron en el puerto de Buenos Aires con el objeto de remontar el Paraná con rumbo Asunción. Veinte embarcaciones, 2.500 hombres y 200 cañones se hallaban prestos a escarmentar a esos impertinentes paraguayos. El problema fue que, enterado de la magnitud de la flota, López dispuso en Humaitá 12.600 hombres y 16.000 reservistas para darles la peor bienvenida posible. Afortunadamente medió Justo José de Urquiza y la sangre no llegó literalmente al río. De todos modos, semejante demostración de fuerza bruta dio los resultados esperados. En febrero de 1859 los Estados Unidos firmaban con el gobierno paraguayo un tratado de amistad y libre comercio que incluía la libre navegación del río Pilcomayo por parte de vapores norteamericanos, la reparación del Water Witch y la indemnización por los bienes perdidos de Edward Hopkins.

     
Así como nosotros tuvimos nuestro conflicto Unitarios Vs. Federales, Chile también dirimió cuestiones internas a los tiros durante los últimos años del siglo XIX. Aquí la pelea fue entre quienes apoyaban al parlamento y quienes manifestaban sus intenciones presidencialistas. Los británicos, por cuestiones comerciales, apoyaban al bando del Congreso lo que impulsó, también por razones comerciales a los Estados Unidos a apoyar al bando presidencialista. Unos 10.000 muertos más tarde, ganaron los parlamentaristas y nuestros amigos norteamericanos quedaron en el bando perdedor. En medio del conflicto, los parlamentaristas utilizaron el buque Itata, de la armada chilena, para encabezar algunos ataques contra sus oponentes. Los presidencialistas, simpatizantes de los Estados Unidos, pidieron ayuda a estos quienes enviaron el USS Baltimore a fin de dar caza al Itata. Al término del conflicto, sin embargo, el Baltimore quedó anclado en el puerto de Valparaiso. El 16 de octubre de 1891 el Capitán Schley, responsable del buque yankee, dio permiso a los 117 marinos que conformaban su tripulación a bajar a tierra a fin de obtener algún esparcimiento en los numerosos locales del puerto. Según consignan las crónicas policiales cerca de las 6 de la tarde, en el bar True Blue, comenzó una reyerta de borrachos con el saldo de 40 soldados norteamericanos y 10 viandantes chilenos detenidos. Lo que comenzó como una pelea de alcoholizados (grande, es verdad, pero no más que eso) terminó siendo un conflicto internacional. Estados Unidos exigió un pedido de disculpas que Chile negó. El presidente norteamericano Benjamín Harrison, en su habitual discurso anual ante el congreso se refirió al incidente. El embajador norteamericano no asistió a la asunción del nuevo presidente chileno Jorge Montt. En enero de 1892 formalmente los Estados Unidos exigieron disculpas a Chile bajo la amenaza de declarar la guerra y ocupar las salinas chilenas a modo de indemnización por la pelea del bar. Finalmente el gobierno de Chile cedió a la presión, se disculpó y pagó. Las relaciones entre Chile y Gran Bretaña quedaron dañadas por la falta de apoyo británico durante la duración del conflicto lo que le sirvió a los Estados Unidos para comenzar a poner el pié sobre latinoamérica, cosa que no dejó de hacer durante todo el siglo XX.

      Que el incidente chileno haya terminado en 1892 da para pensar que ya era todo por este siglo XIX, pero como en las películas de acción el villano se levanta una vez más antes del final.

   
Hawaii era una monarquía desde sus inmemoriales inicios. El mar les proporcionaba todos los alimentos necesarios y una escasa pero húmeda y tropical tierra les proveía del resto. Efectivamente fue así hasta  los inicios del siglo XIX, donde comenzaron a llegar misioneros desde los Estados Unidos con el fin, en principio, de divulgar la Biblia y hacer abandonar a los nativos sus cultos idólatras. Una vez convencidos de la nueva fe, el siguiente paso fue que a los misioneros se les otorgara la doble ciudadanía, hawaiana y norteamericana. Al cabo de algún tiempo, los "misioneros" comenzaron a comprar tierras para cultivar exclusivamente caña de azúcar. No crean que a cambio no dejaron nada nuevo. Los misioneros trajeron consigo nuevas enfermedades desconocidas para la población insular a modo de equitativo intercambio. Ahora bien, en esta nueva realidad (monocultivo creciente de la caña de azúcar)  y la realidad antigua (son unas islas en medio del Océano Pacífico) Estados Unidos le propuso otro intercambio igual de justo. Los norteamericanos le compraban la producción de azúcar (en manos ya de terratenientes norteamericanos) y a cambio Hawaii les cedía para su uso un puerto (¿Pearl Harbour les suena?). Ocurrió entonces que en 1874, Kamehameha II, el rey de ese entonces, procedió a morirse y el trono hawaiano quedó en manos de Kalakaua. Y ya se sabe como era Kalakaua. Se hizo un poco el compadrito pero terminó cediendo, más aún que Kamehameha II. Dictó una nueva constitución (conocida como Constitución de la Bayoneta en función a las amables sugerencias que la población trasplantada desde el continente le realizaba al Rey so pena de derrocarlo) que ampliaba los derechos políticos de los "misioneros" a la vez que eliminaba de los padrones electorales a las 2/3 partes de los nativos. A la muerte de Kalakaua, lo sucedió su hermana Lili´uokalani en 1891. La presión popular para volver a la constitución anterior se le hizo insoportable así como también la presión de los norteamericanos habitantes de la isla quienes se negaban con toda la fuerza de la que eran capaces. Estos (los ex misioneros y actuales poseedores de la tierra y los ingenios azucareros) crearon un falso "Comité de Salud Pública" que en realidad era una fuerza armada irregular. Amenazaron abiertamente a Lili`uokalani con declarar el trono vacante por la fuerza si cedía al pedido de su población nativa. La reina, que creía tener buenas relaciones con el gobierno continental, solicitó ayuda. Los "colonos" haciendo uso de su doble nacionalidad, también  ¿Y a que no saben a cual de los dos bandos ayudó el gobierno de Grover Cleveland, recientemente elegido presidente?. Respuesta: cientos de policías (como si ya se tratara de un territorio propio) ingresaron a la ciudad de Nuuanu para imponer orden y establecieron una república provisional. El primer presidente de la república momentánea de Hawaii fue Stanford Dole, magnate azucarero. La reina fue arrestada y en su contra se alegó que se había encontrado en poder de los monarquistas un poderoso arsenal de...30 fusiles. Los partidarios de Lili`uokalani ensayaron una resistencia que culminó con la condena a muerte de 5 rebeldes y 5 años de trabajos forzados y multa para la reina depuesta. No contentos con eso, la prensa continental estableció una campaña de difamación y en los periódicos norteamericanos florecían historias de hechiceros, sacrificios humanos e hijos bastardos. Finalmente en 1900 se convirtió en territorio norteamericano y el 21 de agosto de 1959 en uno más de los estados de la Unión.

     
Hoy que la sombra oscurece Siria da la impresión de que a estos muchachos, dejarlos sin posibilidad de intervenir con sus narices donde no los llaman es tan difícil como hacernos a nosotros abandonar el asado y el mate.

      Que anden bien.