martes, 30 de octubre de 2012

Un intento por ser menos Himnorante


             Las luces del estadio están prendidas y el verde del césped parece fosforescente. Las tribunas hierven y están claramente divididas en banderías de dos clases diferentes. Salen los equipos. Algunos jugadores ensayan unos trotes cortos, otros se persignan, otros saludan a algún jugador conocido del equipo rival. Mediante alguna orden imperceptible proceden a formarse en una sola línea separados un equipo del otro por los tres árbitros. Comienzan a sonar los himnos nacionales de ambos equipos. El del local es coreado de viva voz por una de las tribunas. El del visitante es entusiastamente entonado por la restante y abrumadoramente silbado por la primera.

            Y aquí me surgen dos preguntas. Una que no puedo contestar que cuestiona que cuernos tiene que ver el himno con el hecho que los once jugadores de un equipo hayan nacido en un país y los homólogos del equipo contrario en otro. Y la otra pregunta es sencillamente ¿Qué dicen o de que hablan los himnos de otros países que no sean el nuestro? ¿Nunca se lo preguntaron? Yo si. Y si se lo preguntaron he aquí algunas respuestas:

            La mayoría de los himnos nacionales tienen origen entre los siglos XVIII y XIX en coincidencia con el auge de los movimientos nacionalistas e independentistas en todo el mundo. El hecho de que todos canten la misma canción es una herramienta de cohesión muy importante y crea una sensación de pertenencia que viene como anillo al dedo los movimientos mencionados más arriba. Por supuesto que los países que lograron la independencia o que fueron creados después del siglo XIX tienen obviamente himnos más modernos pero todos guardan alguna regla en común. Por lo general son sones marciales y sus letras incluyen las palabras “gloria”, “honor”, “victoria”, etc. La primera excepción que hay que hacer es el himno holandés. La canción nacional holandesa lleva por nombre Wilhelmus (modestamente Guillermo) y habla obviamente del Príncipe Guillermo y su lucha en contra del rey Felipe II de España. La canción es la más antigua que puede reconocerse como Himno Nacional y tiene fecha de composición en el año 1568.

            Los invito a pegar una vuelta por las letras de los himnos nacionales de algunos países “raros” a ver que dicen.

            Los amantes de la Fórmula 1 tuvimos que escuchar domingo por medio, casi de manera invariable, durante 6 años y a instancias de los triunfos de Michael Schumacher el himno alemán en cada podio. Su letra comienza de modo algo imperialista diciendo “Alemania, Alemania sobre todo. Sobre todo el mundo…..”

            Un poco más cerca del Polo Norte en el oficialmente denominado Reino de Suecia, los primeros versos de su himno nacional casi se caen de maduros. Dice: “ Norte viejo, frío y montañoso. Tranquilo, hermoso y lleno de alegría…

            A orillas del Atlántico, con un país tan angosto que no les quedaba más remedio que ser brillantes marinos, el himno nacional de Portugal comienza rindiéndoles honores. “Héroes del mar, raza noble. Nación valerosa e inmortal

            El Reino de Bahrein tiene un himno tan corto (no el más corto) y conciso que uno está tentado de transcribirlo completo. Dice tan solo: “Nuestro Bahrein país de seguridad, nación hospitalaria. Protegida por nuestro valiente Emir. Fundada bajo los principios del Mensaje. La Justicia y la Paz. ¡Viva el Estado de Bahrein!”. Y eso es todo. Se retira la bandera de ceremonias.

            El final de himno nacional de Albania es algo intimidatorio: “Porque el Señor mismo ha dicho que las naciones desaparecerán de la Tierra. Pero Albania vivirá”. El Congo, en cambio, después de haber sufrido cambios de nombre y dominaciones belgas y francesas lo menciona de manera clara en su himno: “En este día nace el Sol y nuestra Congo se pone resplandeciente. Una larga noche ha terminado y una gran felicidad ha venido

            Hasta donde pude averiguar, el himno más corto en cuanto a letra es con el que cerraremos esta nota y nada nos costará transcribirla completa. Se llama Kimigayo y es el himno nacional del Japón. Su letra completa es como sigue: “Que su reinado, señor, dure mil generaciones. Ocho mil generaciones. Hasta que los guijarros se hagan rocas y de ellas brote el musgo”. No parece una letra que entusiasme mucho pero es lo que hay.

            El próximo partido de fútbol amistoso que se celebre ya tendremos más claro que es lo que se canta cuando se ponen la mano sobre el corazón y miran hacia el cielo.

lunes, 29 de octubre de 2012

Un éxito monstruoso


               El tipo del que vamos a hablar nació en 1903 y es prácticamente un desconocido. Por lo menos bajo su verdadera identidad. Su nombre era Maurice Tillet y era oriundo de Sudáfrica. Aparentemente era muy inteligente, gustaba de jugar al ajedrez, hablaba varios idiomas (algunos dicen que 14) tenía vocación de poeta y actor.

            Allá por su adolescencia las cosas se le empezaron a complicar cuando su hipófisis no dejó de mandar mensajes de que creciera sin parar. Detectaron que sufría acromegalia (lo que vulgarmente se llama elefantiasis) con lo cual particularmente sus manos y su cabeza tomaron dimensiones monstruosas. Eso determinó que su vocación actoral quedara de lado. De todos modos uno nunca imagina que es lo que tiene preparado el destino para su futuro. Aunque uno no esté ahí para verlo.

            Tratando de sacar provecho de su aspecto, el bueno de Maurice se trasladó a Boston, Estados Unidos, donde comenzó a probar suerte como luchador de catch. Y la tuvo en gran medida. Allá por los años 40, bajo el nombre de fantasía de “El Ángel Francés”  fue un éxito de multitudes. En 1944 venció al campeón vigente Steve Casey coronándose titular de la American Wrestling Asociation.

            La enfermedad hormonal comenzó a pasarle factura con dolores en las articulaciones, hipertensión, diabetes y problemas cardíacos. Debió retirarse de los cuadriláteros y se recluyó en su casa de Massachussets donde recibía a sus escasos amigos con los que pasaba largas horas jugando ajedrez. Finalmente en 1954, a los 51 años Tillet dejó de existir. En su lecho de muerte, no podía moverse mucho por sus problemas de artritis y corazón, un colega luchador llamado Bobby Mangoff le pidió permiso para tomar un molde de yeso de su cara. Maurice Tillet accedió.

            Se hicieron algunas copias de su cabeza. Una quedó en el Museo Internacional de Lucha en Iowa. El otro fue a parar, debido a su patología, al Museo de Ciencias Quirúrgicas de Chicago. Otro se lo quedó Patrick Kelly, el empresario de lucha que lo llevó a la momentánea fama. Hasta aquí nada llamativo, muchos se preguntarán porque escribo esta nota acerca de un perfecto desconocido que quiso ser poeta y actor y terminó sobre el ring a los golpes. Ya van a ver.

            El estudio Dreamworks venía produciendo películas más o menos exitosas (éxitos como Náufrago (Wilsooooon!) o películas intrascendentes como Pequeños Guerreros). Hasta que decidieron poner toda la carne en el asador para dedicarse a la generación de películas de animación digital. Hicieron Antz, el Príncipe de Egipto, La Ruta del Dorado, con éxito limitado. Hasta que pretendieron darle una vuelta de tuerca a las historias tradicionales de los cuentos de príncipes, hadas y ogros.

            Nunca lo han reconocido oficialmente, pero no hace falta ser un fisonomista profesional para reconocer que el aspecto de Shrek es extremadamente similar al de Maurice Tillet. Según estimaciones de analistas financieros, Shrek y sus secuelas no solo salvaron a Dreamworks de la quiebra sino que lo situaron a la vanguardia de los estudios de animación del mundo.

            De resultas que el pobre tipo con vocación de actor que nunca pudo llevarla adelante es hoy uno de los personajes más reconocibles del cine. Muchas veces el destino tiene guardada una sorpresa como en estos casos. Maurice Trillet llegó a ser estrella de cine aunque no por los caminos que hubiera él imaginado.

lunes, 22 de octubre de 2012

Más que un post; un re-post


El magnífico bailarín argentino Virulazo, admirado por el mismísimo Mikhail Baryshnikov, pasó varios meses consecutivos de su vida viviendo en New York, como consecuencia del éxito del musical Tango Argentino en Broadway. Hombre de poco conocimiento académico pero brillante tanguero, oriundo de Mataderos, desconocía pertinazmente el idioma ingles. A su regreso a Buenos Aires, contaba como anécdota que muchas veces, al terminar la función, debía agenciarse algún alimento encontrándose sin la compañía de ningún miembro del elenco de la obra; tarea dificil para quien desconociera el idioma. En esas ocasiones don Jorge Martín Orcaizaguirre (tal el nombre real del bailarín) se sentaba a la mesa de algún restaurant noctámbulo y emitía la palabra "chicken" sintiéndose tranquilo de que a vuelta de mozo le iban a alanzar un conocido plato de pollo. De ese modo se pasó varios meses comiendo pollo pero por lo menos pudo arreglárselas para no pasar hambre.

De la misma manera que Virulazo, los niños pequeños aprenden a hablar utilizando vocablos que le permitan, en principio, satisfacer sus necesidades más básicas. "Pan" o "papa" para saciar el hambre; "agua" para combatir la sed; "upa" ante la necesidad de cariño; "mamá" en busca de contención y una variada gama de llantos para todo lo demás.

Pero a poco de crecer, nuestro sujeto de estudio nota que con esos pocos recursos no va a llegar muy lejos. Y el verdadero inconveniente que tiene es que su cerebro se va haciendo cada vez más complejo. Y un cerebro complejo genera pensamientos complejos. Y los pensamientos complejos requieren de un lenguaje generoso en reucursos. Y en definitiva de eso trata esta nota. De la angustiante austeridad de palabras que se utilizan para comunicarse entre nosotros. De la económica lista de recursos idiomáticos que se emplean en nuestras charlas habituales. Podría creerse que mi tristeza y asombro por lo escaso del lenguaje utilizado comunmente puede deberse a mi inminente paso al club de los "Viejos Cascarabias" (cosa que no niego) pero mi razonamiento, en esta ocasión va un poco más allá de la mera tirada de bronca por lo "mal que se habla".

El punto es el que sigue. Si nos encontramos en situación de turistas en un pais cuyo idioma nos es desconocido, se supone que con unas 100 palabras podemos zafar un fin de semana sin mayores sobresaltos cubriendo nuestras necesidades básicas. Para mantener una conversacion más o menos digna ya es necesario contar con una colecciòn de unas 1.500 a 2.000 palabras. Ahora, manejar un idioma rico, riquísimo, como el castellano implica contar con un léxico de unas 20.000 palabras activas y, según se estima, unas 40.000 pasivas (es decir, palabras que no utilizamos usualmente, del estilo "desoxiribonucléico" o "descontracturante"  pero que están ahí para cuando haga falta).

Resultaría divertido, si no fuera patético, el extraño proceso de desaparición forzada al que están siendo sometidos los adjetivos. Pongamos como ejemplo una lata de tomates común y corriente. ¿Como podríamos describir su contenido adjetivando solamente?. Bien, desde pésimo (para declararlo el último de la lista, la peor lata de tomates que podríamos imaginar)  hasta el mejor, soberbio, excelente u óptimo y hasta un sutil bonísimo, pasando por pasable, regular, bueno y demás. La función de estas palabras es comunicar alguna cualidad del sustantivo en cuestión de modo que nuestra apreciación llegue al oyente del modo más preciso posible.

Pues resulta que lo que uno oye con más frecuencia es que sólo se cuenta con los adjetivos bueno o malo, y se le agrega un grado más con el incalificable modificador "re". Con lo cual se multiplica por dos la gama de adjetivaciones posibles haciendo aparecer dos nuevos e inexistentes calificativos como lo son rebueno y remalo ubicados convenientemente en ambos extremos de la escala. Este módulo también se aplica al resto de los adjetivos existentes como ser relindo y refeo, rerico, repetizo y un inquietante etcétera.

Cuando parecía que nada podría ya empeorar la carnicería con que se descuartiza a nuestro idioma, los abanderados del lenguaje bajas calorías le asestan su golpe mortal. La surrealista versatilidad del "re" se aplica también a los sustantivos, así como así. Y entonces, un nuevo par de zapatillas dejaron de ser lindas zapatillas, zapatillas modernas, zapatillas caras o zapatillas buenas, se han convertido en un ente idiomático abstracto conocido como las re-zapatillas.

Puede uno creer que el hecho de hablar bien y con un lenguaje florido es sólo decorativo y que la exigencia para con los demás de usar una amplia gama de términos es una demanda excéntrica. Pero lamentablemente no es así. Y vuelvo a la idea esbozada en el tercer párrafo de esta nota. Para elaborar pensamientos complejos y expresarlos correctamente hace falta un lenguaje complejo. Quien dice que con un léxico limitado alcanza para comunicarse sin necesidad de demás agregados sólo conseguirá manifestar pensamientos pedestres. La ecuación es casi matemática: lenguaje básico - pensamientos básicos / lenguaje complejo - pensamientos complejos.

Volviendo a la infancia. Los que tuvimos un Rasti o un Mis Ladrillos conocimos esta limitación. Con ladrillos rectangulares estamos atrapados en un universo rectangular. Contar con piezas variadas permite construir creaciones variadas. Cuanta más variedad de ladrillos distintos tengamos (curvos, transparentes, cortos, largos) mayor será la variedad de construcciones que podamos generar. Cuanto más rico sea nuestro lenguaje más amplia será la gama de pensamientos que podamos expresar y con mayor exactitud.

Se los digo yo, que les leí este artículo a unos amigos y les re-cabió.





sábado, 20 de octubre de 2012

El peor regalo del mundo. Una triste verdad revelada


            Hoy es víspera del día de la madre y anduvo uno haciendo  compras. Personalmente me fastidia mucho el amontonamiento de gente, pero bien visto, es una saludable manifestación de presencia de dinero en los bolsillos. Casas de ropa, zapaterías, joyerías y perfumerías rebosantes de gente para beneplácito de los comerciantes y disgusto mío. Pero ese no es el punto. De algún modo esta situación, mientras esperaba en la cola para pagar uno de los regalos inspiró el pensamiento que se desarrolla a continuación y que titula este post.


            Sincerémonos. A excepción de un pequeño grupo de relaciones (hijos, esposa, padres, amigos muy queridos) la obligación de la compra de un regalo es más un problema que una satisfacción. Uno convive con cierto número de personas a las que les conoce las necesidades y gustos. Con ellos es no sólo fácil, sino estimulante proceder a la compra de un regalo. ¿Cuál es personaje favorito de tu hijo? ¿Cuál es el escritor preferido de tu esposa? Pero frente a la inminencia del cumpleaños de Tía Porota surge la duda: -“¿Y ahora que le compro? ¿Qué necesita? ¿Qué le gusta?”.

            Con independencia del costo del regalo en cuestión, hay más en juego. Hay que pensar en la persona obsequiada. Aunque uno huya por una solución relativamente sencilla, digamos una bombacha para tía Porota, hay que pensar en el modelo (¿Usará la tía de Lycra o de algodón? ¿Se pondrá todavía tanga o hay que apelar al querido y afrancesado Culotte?). Y más aún ¿Cuál es el talle de la tia Porota? ¿Cuántas X van antes de la L? ¿Si le compro una con X de más se ofenderá?

            Si el obsequiado fuera más joven podríamos apostar por un disco o un libro. ¿Qué artista le gusta? ¿Lo tendrá y habrá que cambiarlo? ¿Y si me equivoco de gusto? Y conste que en ninguno de estos casos hice cuestión alguna acerca del costo económico del presente. Nadie puede cuestionar un regalo por el costo material. Uno regala lo que puede, lo que quiere o lo que le alcanza según su propio bolsillo. La cuestión es el tiempo que se toma uno para pensar en el otro.

            Vaya como ejemplo el siguiente caso. Uno sabe que un conocido es hincha de Defensores de Coso y va y le compra un llavero con el escudo del club de sus amores. Difícilmente pueda imaginar una compra más barata, pero el detalle manifiesta que uno ha pensado en el obsequiado de manera personalizada. No importan los 5 pesos del llavero. Lo que importa es el tiempo que se ha tomado para pensar en él.

            Por eso es tiempo de aclarar el título de este post. Quizá mereciera un estudio más profundo. Quizá una tesis doctoral en el área de Marketing o Sociología. De cualquier modo, me animo a formularla basado en experiencias personales y ajenas. Digámoslo de una vez y sin tapujos. Se ofenda quien se ofenda y cueste lo que cueste. El peor regalo del mundo es: Un par de medias.


            Los colores poco importan. Las medias virtualmente no se ven mientras uno las usa. Y en general como van del negro arratonado al azul Grafa pasando por un tristísimo granate borravino la decisión recae sobre el siempre útil blanco.  El material de que están confeccionadas tampoco. Sudoríferas de Nylon o absorbentes de algodón y nada más. Y lo que es peor aún: las medias no tienen talle. Ni siquiera hubo que pensar en el tamaño de las patas del homenajeado. Cualquiera, unas que estaban ahí, rapidito del estante a un sobre de papel con moño de cinta.

            La última y más desconsoladora reflexión que surge como consecuencia de este humilde artículo y a la que me animo (en un gesto cívico que me enorgullece) es la siguiente:

            No sólo que las medias son el peor regalo del mundo sino que quien te las regala no te quiere.

Buenas tardes.




sábado, 13 de octubre de 2012

Comportamiento humano: Bananas y monos


            Muchas veces, en muchas partes distintas, (familias, empresas, reparticiones estatales, etc.) nos hemos encontrado con comportamientos inexplicables. Disposiciones que en lugar de facilitar las cosas las complican. Pérdidas de tiempo y recursos que provocan demoras y fastidios y todas ellas tienen una justificación común: “Acá siempre se hizo así”. Apelando a un supuesto principio de autoridad de origen ancestral nadie cuestiona la utilidad, necesidad o conveniencia de ciertas extrañas maneras de actuar.

            Me remito a un ejemplo para ser un poco más claro. Hace algún tiempo en ocasión de anotar en el Registro Civil a uno de mis hijos fui citado a iniciar el trámite a las 8 de la mañana. Luego de sacar número y esperar algún tiempo, me fue entregada una papeleta afiligranada en verde con un timbrado que debía ser pagado en el Banco de la Provincia de Buenos Aires…..que abre a las 10 de la mañana. Inquirido un funcionario, con algo de violencia verbal de mi parte, lo admito, acerca de la falta de lógica de esa disposición horaria me contestó algo así como: “Acá siempre se hizo así”.

            De ese modo nos encontramos entonces con familias que todos los jueves comen pescado (quizá en algún tiempo el vendedor ambulante de frutos de mar pasaba los jueves, pero ya no sólo no pasa sino que el pescado se compra en el supermercado cualquier día de la semana y permanece congelado hasta el jueves sin lógica alguna). Empresas que obligan a sus empleados a concurrir al trabajo con corbata y saco a pesar de los 38º C a la sombra de un día de Enero. Trámites que deben realizarse en una repartición mediante una secuencia que obliga a desplazarse de piso en piso y de ventanilla en ventanilla en lugar de resolver varios pasos en el mismo lugar. Todos repiten los comportamientos sin cuestionar como si se tratase de un dogma de Fe. Los ejemplos abundan y seguramente cada lector habrá de tener alguna experiencia desafortunada.

            Hace algunos años leí en el primer “Matemática estás ahí” de Adrián Paenza una simpática e inteligente explicación de esta clase de fenómenos. A pesar de que podría copiarla textualmente voy a tratar de re-escribirla conservando la idea original. Por mi parte adjudico todo el mérito al Dr. Paenza, pero él mismo cita como idea original a unos tales Pauka, Tom y Rein Zunderdorf que lo escribieron en un libro de título impronunciable. Allá vamos:

            Un científico prepara un experimento para lo cual cuenta con una cámara Gesell (esa que se utiliza para ver sin ser visto, una especie de habitación con ventanas espejadas) una escalera, un racimo de bananas y, en primera instancia, cinco monos. Las bananas penden del techo de la habitación de modo que son sólo alcanzables mediante el uso de la escalera. Se hace ingresar a los monos que luego de dar un par de vueltas descubren las bananas pendientes del techo y no tardan mucho en imaginar que podrían alcanzarlas con la ayuda de la escalera. Por fin uno de los primates se decide a hacerlo, colocando la escalera justo debajo de las bananas. Lo que los monos no saben es que cuando el mono ponga un pié en la escalera surgirán de las paredes, a modo de ducha escocesa, chorros de agua helada que bañaran a los 5 monos presentes por igual. Y esto es lo que, casualmente, ocurre. El primer mono que intenta subir rumbo a las bananas hace que todo el grupo termine empapado de la peor manera. Pasado algún tiempo, el mismo u otro de los monos vuelve a intentarlo con la intención de verificar que la trepada y la mojadura fueron acontecimientos inconexos con igual resultado: todos mojados y maldiciendo en mono. Para estos cinco, la idea queda archivada. Ni locos pisarán nuevamente la escalera.

            Poco tiempo después, el científico experimentador reemplaza uno de los monos del grupo original, por uno nuevo que no presenció nada de lo que ocurrió anteriormente. A poco de estar dentro de la misma habitación con sus congéneres, el recién llegado detecta las bananas e intuye, como los otros, que pueden alcanzarse fácilmente con la escalera. En muy poco tiempo decide intentarlo, pero los demás, que conocen las consecuencias, se lo impiden de la manera más vehemente. El recién llegado no entiende que pasa, sencillamente porque no era miembro del grupo original y no presenció la ducha helada pero, a fuerza de golpes acepta el veredicto de sus compañeros más antiguos del experimento.

            El científico entonces reemplaza otro de los monos del primer grupo por uno nuevo. Obviamente se verifica el mismo comportamiento del anterior: detección de las bananas, intento de subir por la escalera y apaleo masivo. Lo curioso que entre los 4 monos que castigan al recién llegado por la osadía de subir por la escalera, 3 saben porque pero el mono ingresado en el párrafo anterior no. Sin embargo el mico en cuestión faja al recién llegado con el mismo entusiasmo que el resto sin tener ni idea de porque.

            Los reemplazos se suceden hasta que de los 5 monos no queda ninguno del grupo original que conoce realmente las consecuencias de escalar los peldaños. Toda vez que ingrese un nuevo mono a la cámara intentará, por una cuestión de sentido común treparse a la escalera y hacerse de las bananas y entonces los demás lo persuadirán a golpes y mordiscos de que no lo haga sin tener la más peregrina idea de porque.

            Si a los primates del fuera dado el don del habla, consultados acerca del motivo de su conducta responderían: “No se, acá siempre se hizo así”

(Nota final: Cuando comencé a escribir di el debido crédito al Dr. Paenza del cual me llegó la primer versión del texto. Buscando fotos para ilustrar la nota encontré que ha sido repetida en numerosos blogs y páginas web. Si están interesados en encontrar mejores versiones les indico con esto el camino)


           

            

viernes, 5 de octubre de 2012

¿Fibonacci? ¡Caracoles!


            Esta nota es sobre matemáticas. Si te gustan las matemáticas, estará todo bien. Si no te gustan será mejor todavía. Te pido que no te vayas antes de leerla. Va a ser interesante tener la oportunidad de demostrarte que, contra tu voluntad, las matemáticas son divertidas.

             El tema arranca con un tano llamado Leonardo (no, Da Vinci no. No todos los Leonardos son Da Vinci o Tortugas Ninjas). Más exactamente llamado Leonardo Bigollo. Vivió entre 1170 y 1250 en Pisa. Su padre llamado Guigllelmo, como quien escribe, era un tipo macanudo de modo que su apodo era Bonacci (es decir buen tipo, bien intencionado). Al bueno de Leonardo lo conocían entonces como el hijo de Bonacci (Filius Bonacci) o dicho a la carrera Fibonacci. Hablaremos entonces de algo que descubrió Leonardo Bigollo o bien Leonardo de Pisa o bien Fibonacci.

            Antes de seguir con la historia voy a cometer la pedantería de explicar que cosa es una serie matemática. Es mucho más fácil de lo que suena. Cuando un nene de 3 años aprende a contar, no hace otra cosa que establecer una serie matemática. Básicamente una serie es una secuencia donde cada uno de los términos surge de alguna operación aritmética sobre el término anterior. Cuando el nene cuenta, le suma 1 al 2 para llegar al 3, le suma 1 al 3 para llegar al 4 y así. La serie de los números naturales consiste en sumar una unidad al término anterior para llegar al siguiente. Puedo complicarlo tanto como quiera. Puedo, por ejemplo, sumarle 2 al término anterior y obtener la serie de los números pares (2, 4, 6, 8,10……). O puedo multiplicar por 2 al anterior y obtener otro tipo de serie, la serie geométrica (2, 4, 8, 16,32……) (si se fijan, las capacidades de los discos y memorias de las computadoras siempre tienen cifras que son términos de esta serie)

            Listo. Don Leonardo de Pisa (su padre era un comerciante acomodado que tenía negocios en lo que hoy es Argelia) estudió matemáticas y particularmente se interesó por una novedad de la época, la numeración arábiga. De hecho son los números que se utilizan hoy y en gran parte, el haber reemplazado los engorrosos números romanos por los cómodos números arábigos es culpa de Don Fibonacci. Pero a pesar de esto, no es este el caso que nos ocupará

            Fibonacci no fue el primero que estudió una serie en particular (hay registros de matemáticos hindúes que 12 siglos antes ya habían metido las manos en ella) pero la presentó en Europa de modo que hoy se la conoce como la “Serie de Fibonacci”. Allá vamos.

            Su primer término es 0. El segundo es el 1. Y ahora viene lo divertido. El tercer término surge de la suma del 1º y el 2º, es decir 0 + 1 = 1. El cuarto término viene de sumar el 2º más el 3º o sea 1+1=2. El quinto es la suma del 3º mas el 4º 1+2=3. El sexto entonces será la suma del 4º más el 5º: 2+3=5. Resumiendo la serie de Fibonacci tiene los siguientes términos: 0, 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34, 55, 89…….. (Si tienen insomnio pueden seguir la serie hasta donde tengan ganas) Quedó presentada entonces la Serie de Fibonacci y por ende los números de Fibonacci que son aquellos que participan de la serie.

            ¿Y con esto que? Dirán los que no sepan lo que sigue. Unos numeritos, parecidos a los de Lost. Con tanto rigor como los de un boleto capicúa. ¿Para eso me molesta? ¿Justo a mi que no me gusta la matemática? Paciencia. Ya llegamos
           
            La Serie de Fibonacci se utilizó durante varios siglos como tantas otras, únicamente por matemáticos que le buscaban (y le encontraban) muchas propiedades. Por ejemplo cualquier (y cuando digo cualquier significa cualquier) número natural puede descomponerse en la suma de números de Fibonacci. Por caso 65 que no forma parte de la serie puede escribirse como 55+8+2 que son todos números de Fibonacci. Prueben ustedes si siguen con insomnio.

            Pero lo más llamativo se ha descubierto hace relativamente poco. La naturaleza viene usando la serie de Fibonacci hace millones de años. ¿Dónde? Acá:


Los girasoles, por ejemplo, tienen sus semillas dispuestas desde el centro hacia afuera en forma de espiral. Unos giran a la izquierda y otros a la derecha. ¿Cuántos? Siempre, pero siempre siempre, números de Fibonacci. (En la foto uno tiene 21 hacia la izquierda y 34 a la derecha) y no sólo tienen una cantidad de espirales coincidente con el número de Fibonacci sino que los números son contiguos.

Las piñas que dan como fruto los abetos también:



Tienen números de Fibonacci como cantidad de espirales alrededor de su centro.

No me van a creer, pero los caracoles como el de la foto también responden a la serie de Fibonacci. Resulta que un espiral es como si uno hiciera un círculo con un compás pero abriéndolo constantemente. La tasa de apertura de ese compás imaginario también responde a número de la serie, como pueden ver en la foto.


Casi no necesita explicación la siguiente:


El Aloe Vera, para no ser menos también tiene una cantidad de vueltas que responde a la serie.

La pregunta que surge ahora es: ¿Por qué cuernos la naturaleza elige seguir en muchísimos lugares distintos la serie de Fibonacci? ¿En que es mejor un girasol, o una piña o un caracol que la sigue de aquel que no lo hace? ¿Por qué no hay piñas que tengan 58 vueltas o 25?

La respuesta hoy por hoy es la siguiente:

Que se yo